viernes, 18 de septiembre de 2009

PESCADERIA



Mis pescaderos, además de venderme un pescado extraordinario, son tan especiales que espero con ilusión la hora de ir a comprar. Durante el camino voy iluminada con una sonrisa, expectante ante la posibilidad de presenciar alguna de sus ingeniosas ocurrencias; tanto es así que, de no ser por el carro de la compra con que me adorno, cualquiera que me viese en ese momento podría pensar que acudo a una cita romántica.

Y pocas veces me defraudan.

La semana pasada mientras esperaba mi turno, escuché el siguiente diálogo entre la pescadera y una clienta:

- ¿Qué te pongo?
- Quería berberechos
- Y… ¿sigues queriendo?

Cuando lo oí, tuve que hacer un esfuerzo para no soltar una carcajada que hubiese podido molestar a la señora que había confundido el modo condicional “querría” (que en el verbo querer suena demasiado fuerte, como ordinario, con esa erre tan contundente) con el pretérito imperfecto “quería” (mucho más fino y delicado en su pronunciación).