martes, 30 de septiembre de 2008

BESOS (rehecho)




Hoy voy a despotricar contra la ola de cariño que nos invade… Hace días que tenía ganas de reflexionar sobre este tema, que me descompone, todo hay que decirlo. ¡Lo besucones que nos hemos vuelto de un tiempo a esta parte!

La primera vez que me sorprendió el tema del beso fue en un entierro en el pueblo (algún día contaré cómo son los entierros en mi pueblo, dignos de un documental antropológico), cuando me daban el pésame. Que la gente joven me diese dos besos me pareció normal; pero cuando se me acercó un hombre de unos setenta u ochenta años a darme dos besos… fue un impacto. Y a ese hombre le siguieron otros que, por supuesto, me daban dos besos. Superado el momento de la sorpresa, el siguiente sentimiento fue de lástima; me besaban con incomodidad, eran besos de personas que no están acostumbradas a besar (ni a ser besados); me besaban porque se había puesto de moda ser cariñoso, esforzándose por dejar de lado la tradicional dureza en que se habían educado los hombres. Se les veía violentos, pero obligados a hacer lo que todo el mundo hacía… y me dieron pena.

Estos besos forman parte de las relaciones humanas actuales; y las personas más mayores han tenido que adaptarse a estas nuevas costumbres, aunque no las hayan conocido anteriormente. Hace 60 años, por ejemplo, en mi pueblo los hombres sólo besaban a la madre (y a la mujer o a la novia en la más estricta intimidad). No existían estos “dos besos” que han sustituido al apretón de manos en los saludos y en las despedidas.

A éstos yo los llamo “besos sociales”, porque son besos físicos, que se dan (o se amagan) pero cuyo contenido no compromete a nada. Suelen darse entre mujeres, o entre mujeres y hombres; entre hombres sólo he observado “beso social” cuando se trata de familiares cercanos, o cuando uno de los dos es homosexual.

Pero además de éstos, existen los besos “virtuales” o “ciberbesos”, que descubrí aquí, en internet. Desde el primer momento me desconcertó la facilidad que tiene la gente para besarse… virtualmente, claro. La gente se despide con besos, besotes, besicos, muakas, besiños, piquitos, kisss, xxx, besis ¡qué hastío!… Que no digo yo que de un amigo o una amiga te despidas con un beso, pero ¿de un simple conocido o incluso de un desconocido? Me asombra… No sé si en la calle la gente se besará físicamente, pero no tienen ningún pudor en besarse oralmente y por escrito… ¡con cualquiera!

Y también están los besos “orales” o de palabra; la gente ahora se manda besos incluso por teléfono “un beso”. Me quedo estupefacta. Las conversaciones empiezan con un “hola guapa” “hola cariño” “qué tal guapo” y terminan con “un beso” “un besito” o similares… y lo admito cuando el cariño es verdadero, o incluso solamente posible, pero… ¡entre compañeros de trabajo! tanto empalago me da náuseas…

Y la gota que ha colmado el vaso de mi asombro han sido los “radiobesos”. Hace tan sólo diez años era impensable que un locutor de radio terminase una entrevista telefónica con “un beso”, o una llamada de teléfono de un oyente con “un beso grande”. Inconcebible ¿no? Pues ahora ocurre así; en las cadenas de música de frecuencia modulada, y en las cadenas más formales de entrevistas, de onda media.

¿De verdad la gente va besando por ahí a todo titirimundi? ¿alguien imagina una carta, de las de hace unos años, que no fuese destinada a alguien a quien se quiere de verdad, que terminase con "un beso"? ¿y una conversación telefónica? Inimaginable… Y no es que yo sea una defensora del lenguaje excesivamente formal, rígido y encorsetado, pero me parece que con las muestras de cariño se está exagerando, porque no son verdaderas.

Todo ello sin olvidar que el beso es cosa de dos, siempre; y que a nadie puede obligársele a recibir un beso. En la vida real quien no quiere ser besado puede mostrarse distante, intentar apartarse, esquivar, ponerse borde, tratar de no dar pie… o, en fin, compensar el beso no querido con una bofetada, o incluso con una denuncia. Pero a quien te manda un beso por teléfono, en un correo electrónico o en una conversación, sin venir a cuento y sin pedir permiso… ¿cómo le das a entender que no quieres sus besos sin molestarle y, sobre todo, sin parecer gilipollas?

Y respecto de la calidad, Mario Benedetti, en La Tregua, decía “Al que llora todos los días, ¿qué le queda por hacer cuando le toque un gran dolor?” (¡Ay!, si yo supiera decir las cosas así de claras, exactas y breves… pero Dios no me ha llamado por el camino de la concisión, así que tendré que conformarme con mis otras virtudes). Pues con los besos puede decirse lo mismo: al que besa a troche y moche, a todas horas y a todo el mundo ¿qué le queda por hacer cuando le toque un gran amor, un sentimiento profundo, un cariño verdadero?

Una vez asumido el “beso social”, y dejando de lado los besos físicos (que admiten muchos matices porque van acompañados de gestos y actitudes que permiten calibrar el afecto que manifiestan), me estoy refiriendo, naturalmente, a los besos intangibles, los dichos y los escritos. Cuando alguien por teléfono, en un correo, o en una conversación virtual se despide con “un beso” ¿qué hay que entender? Generalmente, una despedida de las de “dos besos” sociales, que nadie se emocione. Pero si el receptor está especialmente predispuesto, nada le impide interpretar un beso de pasión, o de cariño, porque los besos no suelen ir acompañados de instrucciones del tipo “un beso con repaso de encía, corazón”; no quedarían bien.

Un beso es un beso, aquí y en Pekín; y para evitar confusiones, yo beso a poca gente (lo cual no quiere decir que bese poco) tanto en la vida real, como de palabra o por escrito. Así, mis besos siempre son besos auténticos, no son besos de compromiso, ni de cibercostumbre. Soy de las de “laespañolacuandobesaesquebesadeverdad”. Quizá suene a rancio, o a cacatúa internauta, o a desfasada, o a lo mejor le doy demasiada importancia a las cosas… (realmente, le doy demasiada importancia a cosas que no la tienen, pero soy así). Si escribo “un beso” es que lo estoy dando, que lo siento de verdad.

En fin, con el tiempo la moda se irá imponiendo, cada vez más, y terminaré asumiéndola y adoptándola; y diré y escribiré besos, y me sentiré incómoda al hacerlo, y se me notará violenta, como aquellos abuelos que me besaban en el entierro…

jueves, 25 de septiembre de 2008

FILOSOFIA DE CALLE



Tengo un problema escribiendo: me enrollo mucho, demasiado. Y además me falta chispa; desearía tener un poco más de gracia, pero habré de conformarme. Voy a contar algo que presencié el otro día; me pareció una situación muy divertida, así que intentaré transmitirla, a ver si me sale.

Me gusta comprar los productos frescos en tiendas de la calle, lo que se llama “pequeño comercio”; me gusta el trato directo con las personas (bueno, con algunas personas). La pescadería (glups, menos mal que acabo de buscarlo en la RAE, porque iba a poner pescatería) de mi calle la regentan dos hermanos muy particulares, que siempre están reflexionando en voz alta, con cualquier excusa, una noticia del periódico, el comentario de una clienta, una canción de la radio… son dos filósofos.

Cuando entré en la tienda la semana pasada, el mayor le estaba diciendo al pequeño: “Yo siempre te doy la razón, hermano; primero a mi mujer y después a ti”. “Sabia medida la de dar la razón siempre a la mujer; tendrás un matrimonio feliz”, auguró la clienta que estaba delante de mí.

Y a continuación, esa señora se puso a pedir su compra, merluza, gambas, “Y unos chipirones para mi marido, que lo tengo que cuidar para que me dure mucho”. Ante la mirada sonriente de los pescaderos, la señora explicó con toda naturalidad “Sí, sí, que si no… ¿quién me va a bajar las cosas de los armarios altos? ¿y quién va a cambiarme algún enchufe y a hacer las maletas?”; comentario que provocó las sonrisas, más o menos guasonas, de todos los presentes.

El hermano pequeño, sin dejar de limpiar los chipirones, contestó “Claro, y los que no sabemos cambiar enchufes, hacer maletas, ni llegamos a los armarios altos, como yo… ¡solteros!”

“¿Te das cuenta? -concluyó el mayor- basta con que les des la razón, arregles algún enchufe, y bajes las cosas de los armarios. Con lo sencillas que son las cosas… ¡y cómo nos las complicamos!”

Pues eso.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Cuando tu rostro era niebla (Mario de los Santos)

Voy a empezar a hablar de “mis lecturas” con este libro, que me ha proporcionado íntimas satisfacciones, placeres pequeñitos y personales, tanto que pueden parecer ridículos (o simplemente, gilipolleces).

La primera vez que lo leí me gustó. Y eso que no entendí el final.

La segunda vez lo disfruté. Y además, cuando llegué al final, lo comprendí sin ninguna dificultad, sin proponérmelo; de repente, lo había entendido. Fue algo parecido a lo que me pasa con los problemas de ajedrez: hay días en que me salen, a la primera, y otras veces por muchas vueltas que les dé, no veo ninguna solución. Debe ser cuestión de predisposición mental (de qué dependa, no lo sé).

Me agradó encontrar paisajes urbanos familiares; a puro de leer, una acaba por conocer casi mejor las calles de Barcelona o de París que las de su propia ciudad. La calle Moncasi, recuerdos de juergas juveniles, parece que sigue en activo. Y sobre el otro uso del aparcamiento de la Escuela de Ingenieros (perdón que me da la risa, jajajajajajaja), he de decir que lo descubrí apenas un par de meses antes de leer el libro; a mi amiga Raquel la llevó allí un “ciber-amigo” ¡lugar romántico donde los haya! jajajajajaja.

Me emocionó la historia de amor. Las circunstancias de los protagonistas, edad, familia, obligaciones, pensamientos, me resultaron muy cercanas; una historia verosímil. Es curioso que últimamente caen en mis manos libros de pasiones maduras; o quizá es que ahora sólo me fijo en éstas… por proximidad.

El “lado oscuro” de la trama lo conforman ciertas actividades que no pagan impuestos; y que por eso mismo -y por nada más- se sitúan al borde de la legalidad y rozando la delincuencia. Personalmente, desconozco el mundo del juego y de la prostitución; no frecuento esos ambientes ni a las personas que ejercen esas labores, que me parecen marginales y peligrosos. Y sin embargo, el libro no los presenta como algo lumpen, sino como personas normales, con sus amigos, sus costumbres, su cotidianidad. La literatura tiene el poder de hacer que estas situaciones no sólo no provoquen rechazo, sino que incluso se tornen atractivas para el lector, con su punto de romanticismo.

Es muy buena la frase “Si la pareja fuera el estado normal de la raza humana, yo no me habría hecho rico con un puticlub”; y lo más triste es que seguramente sea verdad.

Repasando mi cuaderno de anotaciones, me doy cuenta de que los párrafos que he copiado son todos sobre el mismo tema… Y el libro no es monográfico. Y yo no soy obsesiva (¿o sí?). Sería el momento en que lo leí…

“Los favores de una mujer hermosa pueden ser el remedio para todos los males de cualquier varón mayor de trece años. Aunque con más frecuencia fuesen los causantes.” Me encanta la primera parte.

“Dice la sabiduría popular que la cantidad de mujeres que te van a encontrar atractivo es directamente proporcional a la cantidad de sexo practicado. Incluso ciertas teorías científicas ratifican el asunto mediante la segregación de alguna sustancia que informa que el macho anda servido”. Y corroboro esta aseveración; he podido comprobar de primera mano que el macho más atractivo del grupo siempre será el que lleve anillo de casado.

“No existía una vida por construir; tan sólo quedaban por compartir las escasas fuerzas del cuerpo, un plato de sopa fría y los años desgastándose en las retinas. No tenían tiempo que perder en todos esos conceptos superfluos en que confían los jóvenes: fidelidad, confianza, sinceridad… Su amor bebía de otros manantiales, su amor era un beso de buenas noches.” Precioso, y totalmente real ¿de verdad puede reflexionarse sobre esto siendo tan joven como el autor?

Y ahora me acuerdo de algo que en su día no anote, pero que me emocionó (será cosa de la edad); era una escena en la que Teodoro hablaba de Marisa y decía algo así como que tenía un cuerpo sin terminar, el cuerpo inacabado de una mujer que no ha sido madre ¡cuánta ternura desprendía!

En junio fui a Barcelona a ver a un amigo, y decidí regalarle el libro. ¡No imaginé que iba a ser un trabajo digno de Hércules! Me gusta comprar los libros en librerías, no en centros comerciales; así que me dirigí a las tres ó cuatro más céntricas y renombradas, con nulos resultados. Terminé llevándome el último ejemplar que quedaba en El Corte Inglés… Sí, ya sé que la distribución no ha sido la mejor.

Cuando empecé este blog, lo hice para comprobar lo que ya sabía: que esto funciona a base de “colegueo”. Pero la entrada “Seducción” me deparó varias sorpresas…

  • Primera: alguien me había leído.
  • Segunda: alguien había dejado un comentario por voluntad propia, sin que yo hubiese hecho nada para ello.
  • Tercera: ese alguien era, ni más ni menos que un autor literario, un escritor de verdad (tengo que hablar un día de las personas notorias), que se dirigía a mí, una maruja cuarentona con el suficiente tiempo libre como para hacer esto.Nunca sospeché (la verdad es que ni siquiera me paré a pensarlo) que poniendo una cita, me fuese a escribir su autor.
  • Cuarta: me pedía permiso para poner un enlace desde su página a la mía, sólo por haber mencionado su libro... (A estas alturas, servidora ya estaba estupefacta y tenía las constantes vitales completamente alteradas: ojos como platos, pulso acelerado, boca seca... y todavía no habían acabado las sorpresas)
  • Quinta: el correo estaba enviado ¡el día de mi cumpleaños! Aunque lo abriese tarde, gracias, Mario, por el regalo.

lunes, 8 de septiembre de 2008

MIS LECTURAS



Llegó un día de otoño en que mi cabeza no estaba en orden; pensaba cosas raras. Así que decidí hacer algo para evitar esas ideotas. Necesitaba despejarme, hacer algo nuevo, darme cuenta de otras cosas, abrirme al mundo, distraerme; era una verdadera necesidad para mi salud mental. La solución tenía que consistir en algo que exigiese mi concentración, para que el cerebro no se pusiese a pensar de forma autónoma; tenía que pensar lo que yo quisiera.

Además, me di cuenta de que aquí, en el submundo, hay mucha afición a la literatura (amantes, estudiosos y lo que más, pseudoliteratos). Así que para tener algo de qué hablar, con alguna base sólida, y para domesticar mis neuronas, decidí empezar a leer de otra forma, que quizá sea la correcta, pero que yo nunca había intentado.

Desde niña fui ávida lectora; aprendí a leer pronto, y devoraba todo lo que pasaba por mis manos, primero tebeos, y más tarde novela y teatro; y de todas las calidades: bueno, malo y regular. En mi casa no había libros; no había costumbre, ni tradición, ni conocimientos; eso sí, a mi madre le fascinaban las bibliotecas que había en algunas casas. Identificaba posesión y cultura; si en una casa había muchos libros, es que sus habitantes eran personas muy cultas, no como ella, que apenas fue a la escuela. En mi casa, pues, no había libros para leer. En cambio, mi madre, en su afán de que no fuésemos analfabetos, compraba, casi compulsivamente, todas las enciclopedias que los vendedores ambulantes ofrecían, en cómodos plazos, casa por casa en aquella época; como si la mera presencia de los libros asegurase la transmisión del conocimiento mediante un viaje misterioso desde la estantería del comedor hasta nuestras cabezas. Teníamos enciclopedias generales, infantiles, de piratas, de ciencias naturales, con dibujos, y alguna con nivel más que universitario. Y de todos mis hermanos, yo era la única que las consultaba asiduamente.

Los primeros libros que tuve en casa fueron los que me hicieron leer en el colegio, supongo que serían los clásicos. Con 13 años, para el verano me iba por las tardes a leer a la biblioteca municipal (leía mucho, pero no recuerdo más que un título: Mujercitas), igualito, igualito que los adolescentes de ahora. Y ese mismo año, cuando cobré mi primer sueldo (si así puede llamarse al dinero que me dieron por cuidar de una niña una noche que sus padres salieron a cenar) lo primero que hice fue comprarme un libro (tampoco recuerdo cuál; me estoy dando cuenta de la mala memoria que tengo). Más tarde, mi madre me hizo socia del Círculo de Lectores, y así me aficioné a coleccionar libros.

De adulta he tenido temporadas en que he leído mucho, y otras menos, pero siempre ha habido algún libro encima de la mesilla (o en el cuarto de baño). He leído de forma práctica y sencilla, fijándome en el argumento, como si fuese una película, y cuando se acababa el libro, a la estantería; y al cabo del tiempo, al olvido. Porque de los libros que he leído, recuerdo los títulos (no todos, claro) y de algunos conservo una vaga idea sobre la trama, y si me gustaron o no, pero he olvidado personajes, detalles, e incluso el final de la mayoría de ellos. Y eso que los terminaba todos, todos, aunque no me gustasen, aunque me pareciesen insoportables ¿de dónde vendrá esta manía? (Sé que hay mucha gente a la que le pasa lo mismo ¿será algo generacional, como lo de no dejarse nada en el plato?) En mi caso, pienso que si dejo un libro a medias quizá me esté perdiendo algo verdaderamente bueno ¿y si lo mejor está en el final? Con este pensamiento he leído cosas que me aburrían hasta el coma y, bien mirado, nunca he encontrado un libro que no me gustase al principio y al final me fascinase.

Bueno, pues el puente de Todos los Santos del año pasado, me alejé de personas, de ordenadores, de móviles y de otras influencias y así, aislada, cogí un libro y empecé a leer con detenimiento, prestando mucha atención. Además me preparé un cuaderno y un estuche con bolígrafos de colores, lápices, goma, sacapuntas, rotuladores, corrector y mil accesorios más, de los que sólo utilizo un bolígrafo normal y corriente, pero con la tranquilidad que me da saber que si quiero hacer filigranas, dispongo del material adecuado; debidamente pertrechada, me dispuse a escribir en el cuaderno. Primero la fecha y el título del libro; y a continuación todo aquello que me llamaba la atención: palabras de las que desconozco el significado, para buscarlas en la página de la RAE; párrafos enteros que me recordaban alguna situación o alguna persona; nombres y árboles genealógicos en libros con muchos personajes; frases que me hacían pensar, o que coincidían con alguna idea que yo llevaba por la cabeza; y de repente me di cuenta de que había cosas escritas que me gustaban por la forma en que estaban dichas, palabras que provocaban en mí sentimientos por cómo decían, no por lo que decían (gracias, Mario Benedetti). Esto fue un auténtico descubrimiento... yo siempre tan racional, tan fría, tan "de ciencias", emocionándome con palabras escritas, como un adolescente enamorado que lee poesías (de mi relación con la poesía hablaré en otro momento); será cosa de la edad... Ya lo decía mi suegra "de la vejez a la niñez" y por tanto, de la madurez a la adolescencia, añado yo.

Así empecé a tomarle gusto a apuntar cosas en el cuaderno, sobre todo, anotaciones sobre los libros que he leído últimamente, y con este material, he decidido escribir entradas en el blog, una por cada libro, y plasmar mis impresiones por escrito.

No tengo criterio literario; que nadie piense encontrar aquí una selección de libros buenos (jajajajajaja, seré ilusa, como si alguien fuese a leer esto, jajajajajaja). Sólo sé lo que me parece a mí cada libro en el preciso momento en el que lo he leído; y que el tiempo también puede cambiar la opinión.