jueves, 25 de septiembre de 2008

FILOSOFIA DE CALLE



Tengo un problema escribiendo: me enrollo mucho, demasiado. Y además me falta chispa; desearía tener un poco más de gracia, pero habré de conformarme. Voy a contar algo que presencié el otro día; me pareció una situación muy divertida, así que intentaré transmitirla, a ver si me sale.

Me gusta comprar los productos frescos en tiendas de la calle, lo que se llama “pequeño comercio”; me gusta el trato directo con las personas (bueno, con algunas personas). La pescadería (glups, menos mal que acabo de buscarlo en la RAE, porque iba a poner pescatería) de mi calle la regentan dos hermanos muy particulares, que siempre están reflexionando en voz alta, con cualquier excusa, una noticia del periódico, el comentario de una clienta, una canción de la radio… son dos filósofos.

Cuando entré en la tienda la semana pasada, el mayor le estaba diciendo al pequeño: “Yo siempre te doy la razón, hermano; primero a mi mujer y después a ti”. “Sabia medida la de dar la razón siempre a la mujer; tendrás un matrimonio feliz”, auguró la clienta que estaba delante de mí.

Y a continuación, esa señora se puso a pedir su compra, merluza, gambas, “Y unos chipirones para mi marido, que lo tengo que cuidar para que me dure mucho”. Ante la mirada sonriente de los pescaderos, la señora explicó con toda naturalidad “Sí, sí, que si no… ¿quién me va a bajar las cosas de los armarios altos? ¿y quién va a cambiarme algún enchufe y a hacer las maletas?”; comentario que provocó las sonrisas, más o menos guasonas, de todos los presentes.

El hermano pequeño, sin dejar de limpiar los chipirones, contestó “Claro, y los que no sabemos cambiar enchufes, hacer maletas, ni llegamos a los armarios altos, como yo… ¡solteros!”

“¿Te das cuenta? -concluyó el mayor- basta con que les des la razón, arregles algún enchufe, y bajes las cosas de los armarios. Con lo sencillas que son las cosas… ¡y cómo nos las complicamos!”

Pues eso.

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