sábado, 27 de diciembre de 2008

CASUALIDAD Nº 3




Ahora Pablo me manda canciones; lleva una temporada haciéndolo, creo que así se obliga a seguir en contacto conmigo, pero quizá esté equivocada. La semana pasada, el correo traía adjunta una canción de Los Rodríguez, titulada "La copa rota", que no había oído nunca; preciosa, me gustó mucho, trágica, como de tango.

A los dos días empecé a leer un libro de Luis Sepúlveda, "La Lámpara de Aladino" se titula, que recoge doce narraciones, cada una con su dedicatoria o introducción. Y a
l llegar a la que se titula "La Isla" veo que sobre el epígrafe "Enciclopedia Popular del Fracaso Sentimental Latinoamericano" hay escritas tres frases entrecomilladas, la segunda de las cuales dice "Mozo, sírvame en la copa rota... quiero sangrar gota a gota el veneno de su amor". La misma letra.

En poco tiempo, dos referencias distintas a una canción que nunca había oído. Por supuesto, la busqué, y la letra es de Benito de Jesús, y ha sido cantada, entre otros por José Feliciano, Vicente Fernández y Los Rodríguez. Preciosa.

martes, 16 de diciembre de 2008

CASUALIDAD Nº 2



El sábado aparqué el coche en una avenida; cuando fui a buscarlo, tenía delante otro coche cuya matrícula llevaba el mismo número que la mía. Mismos dígitos en el mismo orden. Sólamente cambiaban las letras, es obvio. ¿Qué posibilidades hay de que eso ocurra?


Si alguien sabe y tiene ganas de calcularlo, que lo haga. ¿Cuántos coches existen en España con la misma numeración? ¿y en una ciudad? ¿y que circulen un sábado? ¿y que aparquen en la misma calle, uno detrás de otro? Cuando menos es... sorprendente ¿no?

lunes, 15 de diciembre de 2008

CASUALIDAD Nº 1


Casualidad, coincidencia, azar… el caso es que me ocurre muchas veces. Estar pensando en alguien y sonar una canción que me lo recuerda, hablar de una persona a quien hace muchos años que no veo, y encontrármela al día siguiente… Cosas así, sin sentido, sin importancia, pero que me resultan curiosas.

Incluso a veces (cuando me interesa) tranformo las casualidades en señales, de momento, siempre favorables, claro.

Estos días me han ocurrido unas cuantas casualidades, y me apetece escribirlas. Haré una nueva etiqueta, y las iré numerando.

CASUALIDAD Nº 1

El jueves escribí la entrada titulada "Chupones". El viernes vino a casa mi ahijado, al que hacía más de un mes que no veía; tiene 15 años y no me pasó desapercibido el chupón que llevaba en el cuello (el primero que yo le veía). Puedo asegurar que no tiene nada que ver con Alba. Un montón de años sin saber nada de chupones y, en dos días, dos muy cercanos.

jueves, 11 de diciembre de 2008

CHUPONES



Creo que me estoy poniendo pesada con la adolescencia, pero me encanta recordar aquella edad de la que en su día no me dí cuenta. En mis tiempos no había adolescencia, éramos críos, y más tarde jóvenes. No la añoro, ni la echo de menos; cuando la pasé tampoco la disfruté especialmente, no era consciente de lo que estaba viviendo. Es ahora, desde la distancia temporal, cuando me doy cuenta de los cambios por los que todo el mundo pasa, yo entonces y otros ahora, y se me dibuja la sonrisa en la cara sólo de pensarlo.

Hace un par de semanas, Alba, que tiene catorce años, llegó a casa con un chupón (o chupetón, que ambas acepciones permite la sagrada RAE) en el cuello. Alba es la hija de mi amiga Raquel, que enseguida se percató de la “huella amorosa” y tuvo que interpretar a la perfección el papel de madre que le corresponde, dándole a la chica la charla oportuna; desconozco el contenido de la conversación, pero el tono no fue de bronca, sino más bien de sermón.

Cuando Raquel me lo contaba, entre cervezas y risas, estuvimos recordando nuestros primeros chupones… no las marcas en sí, sino la historia que contábamos en casa para justificar el moratón. Inventamos excusas completamente absurdas, y pretendíamos que las madres lo creyesen como una cosa normal y verosímil ¿éramos imbéciles? ¿o creíamos que lo eran nuestras madres?

Yo tenía trece o catorce años, no lo recuerdo con exactitud. Eran las fiestas del pueblo y estuve bailando con un chico bastante guapetón que después me invitó a “dar una vuelta”. La vuelta fue corta porque enseguida entramos en una peña (agujero infecto, amueblado con asientos de coche de desguace, imprescindible barra de bar y colchones cuya procedencia es mejor no saber, sin ventilación, iluminado con pretensiones discotequeras -es decir, bastante oscuro-, y seguramente con música ambiental, no me acuerdo). Nos enrollamos: besos, morreos, caricias (bueno, aquello no eran caricias, eran rudos tocamientos)… y vale. Cuando nos pareció, salimos de allí y seguimos de fiesta… por separado, naturalmente; yo me fui con mis amigos y él con los suyos. Hasta que un primo mío que ya tendría entonces veintitantos años me miró el cuello y me dijo “¿qué llevas allí? anda, anda, tápate, que no te lo vean”. Entonces me vino como una revelación; porque yo no sabía qué era un chupón, no tenía amigas que hubiesen llevado uno, nunca había oído hablar de ello, y no sabía ni que me lo habían hecho; y de repente até cabos y me di cuenta de lo que había pasado, de que la marca era socialmente reprobable, y de que tenía que preparar una buena excusa antes de llegar a casa de mi abuela (en la que estábamos abuelos, hijos, tíos, primos… un montón de gente dispuesta a crucificarme por algo de lo que no tenía conciencia de que estuviese mal ¡manda huevos!).

A la mañana siguiente, antes de salir de la habitación, llamé a mi madre, y con mi cara más convincente empecé a explicarle:

- Pues nada… que anoche, estábamos todos en el parque, en los columpios, enredando… y de repente me cai, y… me di un golpe con la esquina del columpio en el cuello… ¡y fíjate qué moradura me ha salido!

Jajajajajaja, ahora suena ridículo, pero entonces me pareció de lo más creíble; lo que no me explico es cómo pude pensar que mi madre se lo iba a tragar, jajajajaja. Por supuesto, no me hizo ni caso: “¡Eso es un chupetón! ¡Qué vergüenza! ¡Tápate, que no te lo vean! ¡Yo no llevé uno hasta que no estuve casada! ¡Ponte un pañuelo o algo! ¡Qué pena de hija! ¿Y qué más has hecho?” Ese era el quid de la cuestión “¿qué más has hecho?”, porque lo que realmente estaba en juego era mi virtud… y eso era sagrado.

El cuento de Raquel no era menos fantástico.
Las circunstancias las desconozco, pero la conversación con su madre fue, más o menos:

- Mamá, anoche me pasó una cosa… Resulta que ahora hay chinas que van por los bares vendiendo flores, para que los chicos las regalen a las chicas; pues estábamos toda la pandilla en un bar, y uno de los chicos ha comprado un clavel, y hemos empezado a enredar, y me ha dado un “clavelazo” en el cuello, y con la piel tan sensible que tengo… ¡fíjate qué marca me ha quedado!

Piel sensible, dice, jajajajajajajaja. Ni que decir tiene que todo el bar se volvió al oír nuestras carcajadas.

Sería divertido recoger en algún sitio las excusas que a lo largo de los tiempos han dado las hijas a las madres para intentar explicar lo inexplicable.

viernes, 21 de noviembre de 2008

POESÍA (corregido)


POESÍA. (Del lat. poēsis, y este del gr. ποίησις).


1. f. Manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa.

2. f. Cada uno de los géneros en que se dividen las obras literarias. Poesía épica, lírica, dramática.

3. f. por antonom. poesía lírica.

4. f. Poema, composición en verso.

5. f. Poema lírico en verso.

6. f. Idealidad, lirismo, cualidad que suscita un sentimiento hondo de belleza, manifiesta o no por medio del lenguaje.

7. f. Arte de componer obras poéticas en verso o en prosa.

Las Cosquillas del Lobo se refiere a mi anterior entrada como “poesía”, y como semejante término me parecía exagerado para lo que yo hago, he buscado el término en la RAE. Efectivamente, en su acepción 4 admite que poesía es cualquier composición en verso, y por tanto, objetivamente, tiene razón, hago poesía. Aunque yo prefiero la acepción primera, la que identifica poesía con belleza por medio de la palabra; así, mis composiciones pueden llamarse rimas, ripios, versos, coplas… pero “poesía” me parece excesivo.

Además… tenía yo prevista una entrada sobre la poesía, la de verdad, la que a veces rima y a veces no rima, la que es manifestación de la belleza, y hoy toca.

No me gusta la poesía. O eso creía yo. En el colegio nos aprendíamos algún poemilla, en los libros infantiles también aparecían, pero, en general, nunca me llamaron la atención.

Mi primer recuerdo relacionado con la poesía se sitúa en mis quince años, mis primeros amores y mis primeras amigas. Y no sé por qué, me veo en casa de Amalia, de pie, en la puerta de su habitación, con un libro de Neruda en la mano, por supuesto, “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”.

(INCISO: ¡La pandilla del instituto! éramos un grupo muy heterogéneo, y sonrío al acordarme de todas ellas, todas nosotras, ocho o diez chicas de distintas procedencias económicas, sociales, culturales y políticas, a través de las cuales me asomé a otros mundos y conocí otras formas de pensar y de vivir. Amalia, por ejemplo, era hija de un escritor, y su casa me llamaba mucho la atención, porque había libros por todos los sitios, un ambiente de cultura, entre bohemio y moderno, muy ochentero, y que yo no había visto hasta entonces; ella tenía el libro de Neruda.)

No recuerdo haber leído completo aquel libro, quizá algunos versos sueltos, los más famosos. El “Me gustas cuando callas, porque estás como ausente…” con el que Pedro, el chico con el que salía entonces, me obsequiaba cuando quería pedirme silencio; seguramente él tampoco conocía más que esa cita y alguna otra parecida para susurrar al oído y arrancar suspiros a las jovencitas.

Luego, sobre los 18 ó 19, leí a Lorca, con pasión, como corresponde. Me gustó, pero no me provocó el interés por la poesía.

Y desde entonces, nada. Veinticinco años sin poesía. Y no la he echado de menos. Siempre he pensado que era algo cursi, propio de enamorados, y no de todos, porque yo me enamoré y ni entonces me interesé por los poemas; pero hay personas que se escriben rimas originales, o las copian y las dedican a la persona amada con mucho sentimiento. A mí no me han llamado la atención; quizá sea demasiado práctica, pero nunca me he entretenido en admirar la belleza por sí misma, sin más; ni la de las palabras, ni la de las formas, ni la de los colores, ni la de los sonidos. Será que no he tenido sensibilidad artística, o será que nadie me había escrito poemas…

Pero, de repente, alguien se enamoró de mí. A mi edad, ya no era la primera vez, pero sí la más… ¿romántica? ¿fantástica? ¿soñadora? ¿tardía? ¿caduca? ¿estúpida? El caso es que empecé a recibir poesías escritas para mí, totalmente originales y personalizadas, nada de copias de los clásicos ni de citas famosas; todo exclusivo y especial, porque yo era especial. Naturalmente, quedé embelesada; lo que no me había ocurrido antes, me ocurrió después. Y entonces empecé a fijarme en la poesía en general, sobre todo en lo que reflejaba lo que me pasaba. Por puro egoísmo leía poemas, de amor, claro; de los otros hay menos y además no me interesaban. Leía conocidos y desconocidos, pero sólo me decían algo aquellos que hablaban del mismo sentimiento que yo tenía. Y me di cuenta de que en algunos de aquellos, hasta entonces, montones de palabras separadas y agrupadas en líneas anormalmente cortas, había belleza; y disfrutaba. Disfrutaba sintiendo lo que otros habían sentido y habían escrito con tanta armonía y tan bien explicado.

Como es natural, mi reciente interés por las poesías duró lo mismo que el enamoramiento. Poco a poco dejé de buscar y de leer, volviendo a mi particular teoría inicial de que las poesías son para los enamorados… y ahora que ya no son para mí, no me interesan.

Prefiero leer otras cosas, cosas que estén relacionadas con mi situación actual; sigo siendo la misma aprovechada que busco circunstancias, pensamientos y reflexiones con las que me identifico, y disfruto leyendo sentimientos y situaciones que yo nunca habría sabido escribir y describir con tal precisión, hermosura y calidez, pese a haberlos vivido de igual forma.

No leo poesía. No la busco, porque ya no me deleito con ella. Pero tampoco la rechazo de plano, porque sé que contiene belleza; si por casualidad encuentro alguna, la leo (o al menos empiezo a leerla a ver si me gusta). Ya no es algo mío, nada personal, nada especial… ocurrió una vez, y fue fantástico; ya pasó. Sin embargo… me quedó como un poso, un regusto, que me permite disfrutar de la poesía cuando me llega adentro (pocas veces, es verdad).

Así, cuando el otro día, leí la frase que tenía puesta a modo de saludo uno de mis contactos del msn, me sentí como tocada por una varita mágica, no sé definirlo, pero me gustó mucho, me agitó por dentro. Era parte de un poema de Jaime Sabines que decía: “¿En qué lugar, en dónde, a qué deshoras me dirás que te amo? Esto es urgente porque la eternidad se nos acaba”. Me pareció tan hermoso... (¿o quizá lo hermoso sería que alguien me lo preguntase?)

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Hombres de la edad mediana ¿de salir no tienen gana?





Se queja Julia, mi amiga,
de lo mal que está el mercado;
y la cosa tiene miga
porque no habla de ganado,
ni de carne, ni pescado;
lo que pasa es que no liga.

Que aquí, en el mundo virtual,
hombres hay a troche y moche,
pero en la vida real
(y no es por hacer reproche)
cuando sales por la noche
si ves alguno, es casual.

Y ahora me voy a explicar.
El otro día nos fuimos
al teatro y a cenar,
y lo único que vimos
fueron primas, y no primos,
y eso me dio que pensar.

Por calles y por callejas
sólo encontramos mujeres:
en pandillas, por parejas,
iletradas, bachilleres,
cristianas y bereberes,
niñas, jóvenes y viejas.

Y en el teatro lo mismo;
si hubo algún espectador
-y lo digo sin cinismo-
era porque el buen señor
del brazo iba de su amor
(con o sin romanticismo).

Con interés me fijé
en la calle y en los bares,
pero apenas encontré,
en esos y otros lugares,
hombres, ni en grupos ni a pares
que no tuviesen acné.

¿Y los de mediana edad?
¿dónde se meten? ¿qué pasa?
¿acaso será verdad
que sólo salen de casa
por el fútbol (tiene guasa)?
¿no cultivan la amistad?


jueves, 13 de noviembre de 2008

RECREO


Acabo de presenciar una conversación que me ha sorprendido. Y pensando en ella, estoy con la sonrisa puesta. Así que aunque sea una chorrada más de las mías, la voy a contar, que para eso estoy en mi espacio y puedo poner lo que me apetezca.

Ha sido cuando venía de comprar (una vez más, la compra, esa fascinante obligación cotidiana). Es la hora del recreo en el instituto, y a partir de 3º de ESO, los chicos pueden salir del centro durante ese rato (aunque sea como Alejandro, el hijo de mi amiga Julia, para subir a casa a almorzar).

Una pareja de chicas, de unos 14 años, perfectamente avitualladas con el uniforme adolescente: pelo largo, flequillo ladeado tapando toda la frente, pantalones de pitillo, zapatillas de lona, pañuelos "palestinos" pendientes de bolita... (van casi todas iguales, más o menos, como hacíamos las demás cuando teníamos su edad, qué risa, qué poco cambian las cosas) que se dirigían a un chico de raza negra, con el pelo lleno de trencitas, uniforme de trabajo, de unos 25 a 30 años.

La pregunta de las chicas me ha hecho sonreír, pues me ha traído a la memoria situaciones parecidas.

- ¿Llevas un cigarro? (¿cuántas veces no lo habré dicho yo? esto es lo que me hace tanta gracia, las mismas preguntas, las mismas posturas ante la vida, la misma arrogancia... Me fascina ver lo mismo, esa pretendida originalidad y exclusividad en el comportamiento, que realmente es y era tan corriente que después de 30 años se sigue repitiendo, igual que seguramente se producía hace 50 años... es entrañable).

Y la respuesta del chico me ha sorprendido tanto, que también me ha alegrado la mañana. Con una gran sonrisa en la boca, y en un castellano un tanto forzado, les ha contestado:

- Disculpe, pero no se me puede permitir dar tabaco a menores.

Alucinante. No sé si el chico fumaba o no, pero podía haberles dicho simplemente "no" o "no fumo" o "no llevo tabaco", fuese verdad o mentira ¡qué mas da! Y en lugar de eso, muy educadamente, les ha explicado, como ha podido, que está prohibido y que no va a contravenir la ley. Fascinante. Me encanta sorprenderme con las cosas de la calle. Y me alegra ver el comportamiento de la gente, y estoy contenta. Y lo tenía que escribir.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

EL LIBRO DE LAS ILUSIONES, Paul Auster



El año pasado él me recomendó este libro. Lo devoré. Y este año, en septiembre, volví a leerlo; sin su influjo, tranquila, pausada, recreándome en la historia y en cómo está contada.

El libro empieza con una cita de Chateaubriand, que dice "El hombre no tiene una sola y única vida, sino muchas, enlazadas unas con otras, y ésa es la causa de su desgracia". Esta frase tiene mucho que ver con mi mal desarrollada teoría del icosaedro. Mi vida, por ejemplo, está compuesta de varias caras, varias subvidas (vaya palabro que me acabo de inventar), necesariamente enlazadas, pero muy distintas. Así, tengo la vida real, de los pies en el suelo, que todo el mundo conoce porque a todo el mundo cuento, y la vida fantástica, la que me sueño y que nadie sabe ni que existe. La desgracia estriba en enlazarlas tanto que lleguen a confundirse, en no saber separarlas claramente; pero eso es cuestión de tiempo, práctica, sabiduría, y sufrimiento.

Lo primero que me llamó la atención, las dos veces que leí El Libro De Las Ilusiones fue el empeño de Hector (sin tilde en la traducción, casi me molesta) en la expiación. En vez de asumir sus actos, asimilarlos, intentar corregir los resultados, y aprender para comportamientos futuros; en vez de eso, se dedica a arrogarse culpas innecesariamente, a responsabilizarse de más de lo que le corresponde, aplicándose unas normas morales duras en exceso, que le permitan expiar su culpa, purificarla, borrarla mediante algún sacrificio. El trabajo físico, las penurias económicas, las carencias emocionales, todas sus privaciones y renuncias tienen como finalidad intentar eliminar su mal comportamiento; es una actuación ciertamente masoquista, pues a la vez que se siente maltratado o humillado, el sufrimiento padecido le provoca el placer de intentar compensar su culpa. Culpa que, por otra parte, nace de su ética personal; culpa subjetiva, que ya es bastante, de todas formas, pero que a mí me parece excesiva.

Sólo he encontrado esta vocación de expiación en hombres. Primero me sorprendió en una persona real, pero después, la encontré en libros, en personajes de ficción, aunque, de momento, siempre del género masculino; no sé si existirá en mujeres.

Y relacionada con la expiación de la culpa, Auster también recoge la teoría de la compensación (lo de las teorías me lo invento, por supuesto, como una manera de denominar determinados comportamientos que me llaman la atención). "Hector lo vio como una especie de castigo divino. Últimamente era demasiado feliz. La vida se estaba portando demasiado bien con él, y ahora el destino le daba una lección". Como dice Fito "sé llorar una vez por cada vez que río". Asumo que a todo el mundo le tocan partes buenas y malas en la vida, pero no de forma tan proporcional, ni teniendo que esperar irremediablemente lo contrario de lo que se siente.

Es curioso que todo, todo, está ya escrito, y mucho mejor de lo que yo lo expresaría. Por eso me da mucho gusto encontrar frases escritas perfectamente y que recogen un estado de ánimo o algo que he sentido o que me ha pasado; aunque nadie más lo entienda. Por ejemplo, las coincidencias. "No quisiera insistir en la importancia de esa coincidencia, pero entonces no podía dejar de interpretarla como una señal. Era como si yo hubiera pedido algo sin saberlo, y de pronto mis deseos se viesen cumplidos". A mí me pasa eso. Interpreto las coincidencias como señales, de banalidades, sobre cosas de poca importancia, pero señales de algo; no, no tengo ninguna enfermedad mental (de momento) y no veo señales en todos los sitios, sólo en algunos pequeños detalles.


Por fin, la mujer... "Tenía 79 años... ni carmín ni maquillaje, ninguna preocupación por el peinado, pero aún femenina. Todavía hermosa de una forma depurada, incorpórea. Mientras la miraba, empecé a notar que era una de esas raras personas en las que el espíritu acaba triunfando sobre la materia. La edad no disminuye a esas personas. Hace que envejezcan, pero no alteran lo que son y cuanto más tiempo vivan, más plena e implacablamente se encarnan a sí mismas". Ya me gustaría a mí, ya, que alguien dijese algo así de mí si llego a esa edad; una mujer que impresiona, que deja huella.

viernes, 7 de noviembre de 2008

TE QUIERO




- Te quiero

- ...

- Te quiero ¿lo sabes, verdad?

- Sí, lo sé. Y la verdad, no sé por qué lo sé. No me lo demuestras nunca. Supongo que lo tengo asumido. Pero no lo siento. No me siento querida, Manuel. No siento que te interese mi persona. Sabes que llevo una temporada un poco regular, desanimada, pero lo que tengo es una carencia afectiva. Necesito que me demuestres que me quieres, necesito sentirme amada como mujer. Necesito saber que piensas en mí, que haces cosas por mí.
Algunas veces me siento deseada, pero querida no. Si me dedicases la mitad del tiempo que dedicas a tus aficiones, me tendrías contenta. Pero no me haces ni caso; es como si ya tuviésemos todo hecho. Y no es así. Necesito sentirme especial, sentirme bien, tener conversaciones que no sean las puramente domésticas. Y tú nunca estás para eso. ¿Cuánto hace que no me llevas a cenar por ahí, al cine, al teatro, a pasear?

- Pero... si tú siempre vas a donde quieres, si te apetece ver un espectáculo, vas; no te has quedado nunca sin hacer lo que te gusta, nunca te lo he impedido.

- Ahora no estoy hablando de eso; hablo de hacer cosas juntos.
Lo que sea, pero tener algo en común; un rato durante el que estar solos, charlar, dedicarnos el uno al otro. Hasta ahora siempre que hemos tenido esos encuentros, es porque yo los he propiciado. ¿Cuándo has hecho algo especial por mí en los últimos... diez años, por ejemplo? Todo, todo, lo que hemos hecho juntos en este tiempo, lo he promovido yo. Piénsalo. Si hemos ido a bailar es porque yo lo organizo. Si hacemos alguna actividad fuera de casa es porque yo te animo y te apunto. Si hemos hecho un viaje, lo he tenido que organizar yo. Si salimos de vacaciones, es porque yo lo preparo. Si salimos a cenar fuera, o a tomar algo, es porque alguien nos llama y yo digo que sí. Si vamos al cine, al teatro o a cualquier espectáculo, es porque yo me encargo de decidir qué vamos a ver y saco las entradas. ¿Recuerdas cuándo hablábamos de la crisis de pareja de Raquel y Alfonso? Cuando te decía que deberían hacer cosas juntos, no sólo te hablaba de ellos... Pero veo que no te diste por enterado. ¡Qué cómoda te resulta la vida de pareja! Sólo tienes que ir a trabajar, y luego dedicarte a las cosas que te gustan; sí, es cierto, también hay alguna obligación, pero hasta ahora pocas veces has dejado de hacer lo que has querido, yo también puedo encargarme de esas obligaciones. Nuestra relación ahora es... poco más que de compañeros de piso con derecho a roce; lo único que tenemos en común son las actividades domésticas. Necesito que hagamos algo juntos, necesito sentir que me quieres. Me canso de tirar yo siempre del carro. Después de 20 años, me canso, Manuel. Eres un hombre bueno, y te quiero. Pero... esto se va asemejando más a un cariño fraternal que a un amor de pareja. No estoy siendo cruel contigo, de verdad; lo único que quiero es que me prestes más atención; que me dediques parte de tu tiempo.

- Pero... tú siempre has sido muy independiente, y te gusta mucho ir a tu bola ¿por qué me reclamas atención ahora?

- Te estoy reclamando atención afectiva, que es nula. Necesito sentir el amor. No pretendo que estés todo el día pendiente de mí, ni encima; creo que no es muy difícil lo que estoy diciendo... Sentir que me quieres, que me valoras como persona, que me dedicas parte de tu tiempo por ser como soy, porque te gusta y porque te intereso. Mira, me estoy viendo venir y últimamente es cierto que voy demasiado a mi aire, que me abstraigo mucho; cuando tengo todas mis obligaciones cumplidas me dedico a mí, a pensar, a leer, a jugar, a hablar, a escribir... y me está dando miedo tanta interiorización; por eso me obligo a salir con mis amigas reales, las de verdad, con las que me río y con las que me desahogo, con las que hablo, las que me llaman y a las que llamo, a las que cultivo. Y me gustaría tener también tiempo contigo, para sentarnos delante de una cerveza, o un café, y charlar; no de esto, ni de nada en concreto. Sólo pasar ratos juntos. Lo necesito. Además, somos una buena pareja, lo pasamos bien cuando estamos juntos ¿te acuerdas? nos llevamos bien, nos compenetramos, nos reímos... Necesito sentir el amor, Manuel. ¿Qué haces por mí, o qué haces pensando en mí? Nada. Puede parecerte cruel, pero piénsalo bien; ni tu pareja, ni tus amigos (eso es otro capítulo) tienen apenas espacio en tu vida. Si te preguntase qué es más importante en tu vida, seguramente dirías que yo, pero en la realidad te dedicas más a las cosas que a las personas, como si lo tuviésemos todo hecho. Sé que me quieres, sí, pero necesito sentirlo. Piensa, por un momento, que me diagnosticasen una enfermedad grave; sé que te volcarías conmigo, y me sentiría querida, pero no deberíamos llegar a esos extremos para demostrarnos el amor. Seguramente yo tampoco pongo mucho de mi parte, pero es que estoy cansada; cansada de ser la única que tenga necesidades afectivas, cansada de organizar para mantener el amor, cansada de recibir poco. Creo que ahora te toca a ti tirar del carro. Sé que lo intentarás. Al menos una temporada...

domingo, 2 de noviembre de 2008

CARTA (O ELECCION)



Una mañana gris, lluviosa y con viento; hermosa desde el refugio de la calefacción. Que invita a escribir cartas, a evocar recuerdos agradables, a hacer rosquillas, a enroscarme en la manta tirada en el sofá, a leer mientras escucho las gotas golpear los cristales, a beber un tazón de caldo, a estar sola y disfrutar de la sensación.

Y me ha apetecido copiar una carta que me pareció preciosa la primera vez que la leí; y me lo sigue pareciendo. Una carta que me hubiese gustado escribir.

Del libro "Andamios", de Mario Benedetti.

"Lo que me proponés no puede ser, Eugenio. A vos te consta lo que significás para mí, pero tendría que ser otra mujer para seguirte. Me sentiría mal por el resto de mis días. Ramón y yo somos algo más y algo menos que marido y mujer. Si te abrazo, siento que mi cuerpo responde en plenitud, con una intensidad que pocas veces he llegado a sentir con Ramón. Pero Ramón y yo somos bastante más que dos cuerpos. Tenemos una nutrida historieta en común, con episodios de riesgo y de una inexpugnable y mutua solidaridad. Con sólo mirarnos ya sabemos qué piensa o siente el otro. Y hay tres hijos, no lo olvides. No dudo que haya otras cotas de felicidad, más intensas y memorables. Pero no me quejo. Estoy conforme con mi vida. Ojalá me comprendas. Dudé entre comunicarte simplemente mi negativa o tratar de explicarte la razón de la misma. Elegí la segunda opción porque te respeto y también (¿para qué negarlo?) porque te quiero. Es arduo eso de obligarse a poner una forma de amor en cada platillo de la balanza, en particular cuando las dos pesan casi lo mismo. El problema es que no sólo juegan dos intensidades, dos fervores, también pesa el carácter, la sensibilidad del responsable de la balanza. Es duro conocerse y reconocerse. Es duro. Pero yo me conozco y me reconozco. Es cierto que pasa el tiempo y los propios sentimientos se ponen vallas, voluntariamente y no presionados por las circunstancias. Pero esas vallas, que al comienzo son suaves, flexibles, movedizas, se van volviendo estables, compactas, pertinaces. Mi abuela decía de ciertos desasosegados de nuestro clan familiar: Son hijos del rigor. pero a veces uno es hijo de su propio rigor. Uno crea sus rigores privados y luego no tiene otra salida que ser fiel a ellos. No sé si me entendés. Me desespero tratando de decirte la verdad. Sueño contigo y soy débil en el sueño. Deliciosamente débil. Pero cuando me despierto, sé dónde estoy, sé cuál es el cuerpo que duerme a mi lado y no es el tuyo, Eugenio. Te agradezco tu devoción, tu generoso apego, tu ternura. Te lo agradezco con mi mejor egoísmo, con mi machacada libertad. Estando contigo he aprendido mucho, no sólo de vos sino también de mí. Entre otras cosas, he aprendido a bifurcar mis sentimientos, pero también a medirlos, a elegir con dolor, a pedirte perdón. Aquí va un beso menos casto de lo que quisiera y un adiós que no puede ser sino definitivo, Nieves."


Una carta que puede leerse desde dos enfoques. Mi madre vería la mujer infiel, diría que es un putón (que coincidirá o no con lo que siente, pero es la imagen que desea transmitir), fijándose sólo en el hecho de la infidelidad, y no en la desdicha de la elección.

Yo veo una mujer enamorada. Afortunada, por haber tenido la posibilidad de disfrutar de varios y distintos amores a la vez. E infortunada por tener que elegir uno de ellos (la religión, la moral social, la ética personal, todas ellas, o quizá alguna otra cuestión que desconozco, inciden en que no debe tenerse más de un amor en cada momento, aunque en la realidad quepan más). Y elegir siempre resulta difícil, porque escoger también significa rechazar.

Nieves, por fin, es
una mujer fuerte, que toma sus decisiones y las asume; es una mujer coherente, que se respeta y por eso mismo se hace respetar. Todo el mundo no sabe.

La carta que me hubiese gustado escribir. Lo hace tan bien, Mario Benedetti.

martes, 21 de octubre de 2008

DEPORTE

Hoy estoy contenta; un poco enfriada, pero contenta, contenta con mi vida, contenta conmigo misma, contenta con lo que soy, y con lo que tengo. ¿Por qué? Ah, es un misterio que no sé si conseguiré desentrañar. Por qué, dándose las mismas condiciones ambientales, unos días todo el mundo es guapo y está simpático y otros días la gente que te rodea es huraña y gris; ¿por qué a veces parece que llevas puestas las gafas con los cristales de color de rosa, y a veces las que llevan los cristales ahumados? ¿Alguien sabrá la respuesta? Sería fantástico lograr que siempre estuviésemos positivos, de buen humor. O, ahora que lo pienso, si no supiésemos lo que es el pesar, el abatimiento, no disfrutaríamos de la felicidad; los opuestos existen porque forman una pareja indisoluble; sin uno no hay otro. No habría blanco sin negro; no hablaríamos de limpieza si no hubiese suciedad; no nos sentiríamos tristes si nunca nos hubiésemos sentido felices, y así para todo. Desde que nacemos. Vivimos porque tenemos que morir; sin muerte no habría vida (qué filosófica me pongo). Entonces... es necesario sentir los dos términos para valorarlos; estar triste a veces, para disfrutar de la alegría.

Sigo contenta. Me encuentro a gusto en mi cuerpo, a pesar de todo; bueno, "a pesar de todo" quiere decir a pesar de la edad y del paso del tiempo (lo del paso del tiempo lo dejo para otra entrada). Y creo que es porque estoy haciendo algo de deporte. ¡Si! ¡Yo! La única de la clase que fue incapaz de correr un kilómetro en el instituto (ninguno de los cursos), sin tener ningún problema físico. Mi relación con el ejercicio siempre ha sido nula; no me ha gustado. Y desde que dejó de ser obligatorio, no he vuelto a hacer nada (excepto andar por el monte, un par de semanas al año, como mucho).

Pero hay momentos en que se modifican las perspectivas, y cambian las actitudes. Será cosa de la crisis (de los 40, de los 42, de los 48...), crisis en su acepción de cambio, no de elemento negativo, como dice la RAE: Mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales.

Así, el año pasado, alguien a quien quiero mucho me animó a correr "ya verás qué bien te encuentras, yo estoy feliz cuando me voy a correr, te sentará fenomenal". Lo intenté, pero más por complacerle que por mí. Me iba por las tardes un rato a correr, pero, primero, me daba vergüenza (soy tan perfeccionista que si no hago las cosas bien, prefiero no hacerlas...), y segundo, me cansaba enseguida, así que iba alternando el trotecillo con el paseo rápido. Así estuve un par de meses, saliendo tres o cuatro veces por semana, y nunca fui capaz de correr un kilómetro seguido. Patética. Nos dejamos. Sin embargo, me di cuenta de que me sentaba bien lo de salir de casa a que me diera el aire; así que he seguido haciéndolo cuando me apetece, salir a andar, a pasear, a mirar, a ventilarme.

Y este año, yo sola, por mí misma (la única manera de hacer las cosas), decidí empezar a nadar. Voy un par de veces a la semana, y me sienta de maravilla; me noto viva; al principio terminaba muerta, me dolía todo (falta de práctica) pero le voy cogiendo el gustillo. Y, además, me estoy acostumbrando a utilizar la bicicleta como medio de transporte, no como ocio. Saco el coche lo menos posible (cuestiones económicas, ecológicas y físicas), y procuro ir en bicicleta a los sitios que puedo, y si no, andando o en autobús. Me gusta la calle. Me deleito en mis paseos, me fijo en la gente, en las baldosas, en los edificios, en una fuente, un árbol; siempre descubro alguna cosa que me llama la atención.

Disfruto. Disfruto en el agua, disfruto en la bicicleta, disfruto de la calle, disfruto de mí, y creo que por eso estoy más contenta.

lunes, 20 de octubre de 2008

MAS FILOSOFIA DE CALLE



Son un filón mis tenderos (me gusta la palabra “tenderos”, porque suena a antigua, a pueblo, a familiaridad).

Hoy toca la frutería. Mis fruteros (a todo le pongo el posesivo, pero es que no son unos fruteros cualesquiera, sino los míos, los que me venden con todo su cariño el melocotón y la coliflor). Mis fruteros son un matrimonio de mediana edad, que también tienen su filosofía. Las personas que trabajan de cara al público y con clientela habitual (camareros, tenderos…), tienen su forma particular de ver la vida y de tratar con la gente.

Mi frutera tiene mucho desparpajo, como tiene que ser. Va siempre muy arreglada, desde el punto de la mañana, con el pelo bien puesto y el ojo pintado, que no sé cómo tiene ganas, pero está estupenda todos los días (es envidia cochina, pues servidora tiene sus días mejores y sus días peores, pero ella siempre, siempre, está impecable) y sonriente. A mi juicio, esa forma de ser también tiene mucho mérito; o a lo mejor sucede como con la imaginación, que se nace con esa gracia o no, al capricho de los hados.

El otro día presencié una conversación que me gustó, y enseguida pensé en escribirla aquí. La frutera salerosa estaba ofreciéndole unas naranjas a una clienta bastante sosa (aunque para esto de la sal, también hay gustos, por supuesto).
  • Llévate naranjas, que están muy buenas.
  • ¿Ya hay naranjas?
  • Ahora hay naranjas casi todo el año. Estas son de Uruguay, ¡riquísimas!.
  • ¿De Uruguay? No me digas, eso, dime que son de Valencia...
  • Ya estamos! ¿Y qué más da de dónde sean? ¡Mira por dónde...! Cuando uno quiere un buen coche no se compra el mejor Opel del mercado, no señor; se compra un Mercedes, porque puede. Los perfumes han de ser franceses, los demás no huelen igual. Aaaamigo, pero los tomates… ¡los tomates han de ser de Zaragoza!

domingo, 19 de octubre de 2008

IMAGINACION





Tenía preparadas unas ideas sobre este tema, para algún día, y aprovechando el último comentario, hoy toca. Lo primero que voy a hacer es aclarar a Las Cosquillas del Lobo que no subestimo casi nada, y al miedo tampoco; es cierto que no lo comparto, pero sé que hay personas que lo sufren, como mi prima Pili. Por tanto, no lo considero algo estúpido, sino propio de personas cándidas, inocentes, confiadas, e imaginativas… y ahí voy, a la imaginación.

No tengo imaginación; nunca la he tenido, ni siquiera de pequeña. Y no creo que sea capaz de desarrollarla, es una condición que se tiene o no, y a mí no me tocó. La naturaleza es así de caprichosa en su reparto de cualidades; no dota a cada uno de un poco de todo, sino que las distribuye aleatoriamente: mucha imaginación, menos paciencia, abundante melena, memoria escasa, hombros bonitos, buena mano para la cocina, poca sensibilidad… y así con todo lo demás. Es más entretenido.

Supongo que el que tenga imaginación será capaz de desarrollarla conforme la ejercite, pero cuando no se tiene… no se tiene. Y eso ocurre desde la infancia; yo nunca he tenido imaginación. Cuando era pequeña, mi hermano jugaba con el Exin Castillos, y hacía construcciones fantásticas; yo a lo más que llegaba era a copiar -eso sí, primorosamente- los modelos de la caja. Y he tenido ocasión, al tratar con niños, de comprobar que sigue siendo así. Unos inventan juegos con cualquier cosa, plastilina, pinzas de la ropa, cajas, papeles… y otros son incapaces, porque carecen de esa facultad.

Nunca he sabido inventar. Si tenía que pintar un cuadro, lo copiaba; si tenía que hacer un dibujo, lo copiaba; si tenía que hacer una mantelería, copiaba la labor; si había que hacer una redacción en el colegio, mis temas siempre eran reales y tangibles, basados en algo que me hubiese pasado, y lo mismo me ocurre con este blog. Mis juegos consistían en copiar; hacía puzzles según el modelo, hacía experimentos con el QuimiCefa siguiendo rigurosamente las instrucciones, incluso cuando tocaba la guitarra, las canciones siempre eran de otros. Se me da bien el trabajo mecánico, la paciencia, probar una y otra vez, los sudokus, el ajedrez (sin florituras). Son actividades cuyas reglas son rígidas y están establecidas; sólo hay que aplicarlas. Ni siquiera mis rimas son creativas, eso sí, están perfectamente medidas y rimadas.

La imaginación, la fantasía, me resultan ajenas. Me gusta mucho leer, pero tampoco me atrae la literatura de ficción (salvo excepciones).

Ya decía Serrat que “no hay nada más bello que lo que nunca he tenido”. Como soy consciente de mi falta de imaginación, tiendo a sobreestimar a las personas fantasiosas; admiro a los que saben inventar historias, poemas, libros, películas, canciones… La creatividad me resulta tan inexplicable, que me deslumbra (esto lo dejo para otra entrada).

Por eso quizá mis miedos, si los tengo, deben ser bastante reales (aunque estoy pensando, y ahora no se me ocurre que tenga miedo a nada en especial… ah, sí, me da miedo la enfermedad en general, y el dolor en particular). Pero como apenas tengo imaginación, no soy capaz de fantasear muy a menudo ni con muchas cosas, así que me evito los malos tragos y, si Las Cosquillas del Lobo tiene razón, también me privo de buenos ratos.

jueves, 16 de octubre de 2008

ICOSAEDRO


Icosaedro: sólido limitado por veinte caras. Como nosotros, que también tenemos veinte caras distintas, o más, tanto en la vida real, como en la virtual; distintas facetas que conforman un mismo cuerpo, y que no siempre mostramos a los demás a la primera de cambio.

En cualquier relación, al principio, procuramos mostrar sólo las caras del icosaedro mejor decoradas, las más bonitas, e intentamos esconder las más imperfectas, las abolladas; hay algunas caras que son tan transparentes que se ven desde cualquier lado, aunque las queramos ocultar. Pero con el paso del tiempo, casi todas las caras (casi todas) terminan por descubrirse. No podemos hacer como la luna, esconder una cara y enseñar la otra, siempre la misma; el contacto, el roce, la intimidad, muestran también la otra, que es parte de nosotros.

Y toda esta tontería viene a cuento de la comunicación mediante la palabra escrita (aunque parezca mentira) a través de la cual solamente vemos/mostramos alguna de las caras del icosaedro al que nos he asimilado.

Intentaré explicarme. Dejando de lado la comunicación impersonal, dirigida a todo el mundo en general y a nadie en particular (libros, por ejemplo, páginas web, blogs…), he estado pensando en la comunicación directa, personal y escrita a través de internet, bien por correo electrónico, comentarios, juegos, chats, etc.

Cuando leemos un texto en la pantalla, lo único objetivo que podemos hacer es comprender el significado de las palabras utilizadas (siempre y cuando su autor maneje correctamente ortografía y sintaxis). También se puede, si la hay, apreciar la belleza de su combinación (aunque sea una apreciación subjetiva, pues, a mi juicio, no existe nada que sea hermoso por sí mismo, bello para todo el mundo, sino que es una cuestión particular de cada uno). Incluso podemos atrevernos a leer entre líneas, o a descubrir significados personales en algunas palabras, siempre y cuando autor y lector hayan mantenido una relación previa que les permita esa interpretación.

Y casi nunca podemos ir más allá. No podemos asumir ni comprender la totalidad de lo que quien escribió llevaba en mente, porque hay cosas que resultan muy difíciles de plasmar en un texto.

Por ejemplo, la entonación. Cuando a mi amiga Julia le cuento alguna cosa que me han escrito, me dice: “esa entonación es la que le pones tú”. Y efectivamente, un mismo texto puede leerse con distintas entonaciones, que le dan ciertos matices, y por tanto, dan lugar a diferentes interpretaciones. La entonación hay que adivinarla (a no ser que el texto contenga instrucciones precisas del tipo “leer con entonación pícara” o “leer con voz grave, que estoy muy cabreada”), y no siempre coinciden la de quien lee y la de quien escribe. En la comunicación telefónica se pueden apreciar las inflexiones vocales, pero por aquí… no.

Otra cuestión que tampoco se refleja en el texto es el gesto, la expresión de quien comunica, la postura corporal. En el contacto directo, vemos la cara de nuestro interlocutor, que muchas veces comunica más que las palabras que pronuncia, que son un mero apoyo de su semblante. En el lenguaje escrito e interpersonal es muy difícil adivinar con qué cara te están escribiendo; incluso un simple “ja” ¿es una risa graciosa? ¿es irónica? ¿es incrédula? ¿es de hastío? ¿te están insultando? Si pudiésemos vernos las caras u oírnos el tono, la cosa cambiaría.

Como consecuencia de todas esas carencias, la relación escrita lleva aparejados muchos malentendidos, al menos en sus inicios; yo he escrito una cosa y tú has entendido otra distinta. Obviamente, cuando la relación dura un tiempo, se van aclarando los equívocos y se va entendiendo la intención, y la comunicación se hace más sencilla en las dos direcciones. Pero al principio, no podemos captar la esencia del otro, el icosaedro en conjunto; sólo podemos hacernos una idea de lo que nos dice a través de lo que nos muestra (las dos ó tres caras del sólido que nos deja ver).

Y todo esto viene a raíz del comentario que Las Cosquillas del Lobo dejó en mi entrada anterior (hay qué ver, la de vueltas que le doy a las cosas…). La primera vez que lo leí pensé que me estaba echando la bronca, y, sinceramente, no me gustó (aunque ya sé que si escribes en público te expones a eso) ¿por qué me reñía alguien que no me conoce de nada? ¿quién es para juzgarme y para darme lecciones de moralina “no hagas esto, no creas lo otro”? ¿no ha entendido lo que quería contar, o, lo que es peor, no he sabido explicar lo que tengo tan claro dentro de la cabeza?

Después de pensarlo de nuevo, llegué a la conclusión de que no lo había interpretado bien. Seguramente no había leído con la entonación adecuada, o con la predisposición mental correcta; sólo había visto un par de caras del icosaedro y así no puedo formarme una idea adecuada del conjunto. Al fin y al cabo, es alguien que se toma la molestia de opinar correcta y educadamente sobre algo que he escrito, lo que demuestra que me lee con cierto interés. Así que decidí leerlo desde otra perspectiva, desde la del “buen rollito”, que seguro que es más acertada.

Y han vuelto a salirme un montón de líneas; no puedo evitar alargarme tanto, además disfruto mientras lo escribo. Y para colmo, no he contestado a Las Cosquillas del Lobo sobre el contenido de su comentario; otro día será. Saludos y sonrisas.

miércoles, 8 de octubre de 2008

LEYENDA URBANA



Aprovechando que se había cambiado de piso, mi prima Pili nos invitó este año, a todas las primas (ocho mujeres de la misma familia), a cenar a su casa. ¿Qué se le regala a alguien que estrena casa? una planta, que es muy decorativa y contribuye a crear hogar. Le llevé una maceta con varias drácenas (unas plantas parecidas a palmeras) de diferentes alturas.

Cenamos, bebimos, nos reímos, hablamos mucho, seguimos bebiendo, nos reímos más, nos enseñamos los sujetadores, la ropa nueva, otro trago (uy, otra copa, que queda mucho más fino), conversaciones de sexo, más risas, más bebida… Bueno, terminamos la noche muy animadas, y nos despedimos hasta la próxima (a ver si no tardamos un año en volver a juntarnos, lo mismo de siempre…).

Al día siguiente, a las once y media de la noche, me sonó el teléfono ¡vaya susto! Era mi prima…

  • Prima... perdona que te moleste tan tarde, pero ¿cómo se llama la planta que me trajiste ayer? ¿un tronco de Brasil?
  • No… es una drácena (léase con tono de pensar: ¿y para eso me llamas a estas horas?)
  • Es que… esta tarde, estaba sentada en el sofá, y he empezado a oír un ruidito extraño… y de repente, me he acordado de que una vez me contaron que los troncos del Brasil, y otras plantas tropicales, como vienen de la selva, muchas veces tienen depositados en sus hojas diminutos huevos de araña, de tarántula… Y ese ruidito era como de huevos que se abren…
  • (Silencio en mi lado del teléfono. No daba crédito. Como dice Fito, mis ojos como el Coyote cuando ve al Correcaminos)
  • Y, claro, con mi aracnofobia… lo estoy pasando muy mal, tenía que preguntarte.
  • Pili, yo tengo una planta igual que la tuya en mi casa, hace más de seis años, y todavía no he visto ninguna araña, ni tarántula ni viuda negra, ni nada.
  • Ah… ¿tú la tienes? ¿y no has notado nada?
  • No, nada de nada. Pero si te vas a quedar más tranquila, sácala a la terraza.
  • Sí, sí… y mañana iré a una floristería de unos amigos, a preguntar ¿cómo has dicho que se llama la planta?
  • Drácena.
  • Vale, perdona por llamar tan tarde, pero es que estaba muy nerviosa…

Nunca hubiese pensado que nadie se creyera estas cosas... leyendas urbanas... Pero, pensándolo bien, no sé de qué me extraño, si mi prima Pili todavía cree en el Príncipe Azul... a sus 48 años. ¿Ignorante? ¿Cándida?

lunes, 6 de octubre de 2008

SENTIDO Y SENSIBILIDAD, Jane Austen (1811)


Decididamente, no todos tenemos los mismos gustos literarios. Yo pensaba que los libros buenos eran buenos para todo el mundo, pero he cambiado de opinión. A cada uno le gusta una cosa, lo mismo en cuestión de hombres, de música, de perfumes, ropa, arte, zapatos o libros. Podemos confiar en que lo que le ha gustado a alguien afín, puede también gustarnos, pero sin rotundidad.

Alguien a quien considero (o consideraba hasta entonces) modelo de lector, me recomendó este libro, porque le había entusiasmado. Y a pesar de leerlo con devoción, no me gustó nada de nada. Me pareció un pastel, melindroso y empalagoso.

Así que he decidido asumir y proclamar que si un libro no me gusta, no me gusta; sin complejos. Aunque sea una obra maestra de la literatura universal (ese es el juicio de los críticos y de los expertos en la materia, pero no tiene por qué ser dogma de fe ¡a estas alturas!).

Pese a todo, he rescatado de mi cuaderno tres citas que copié en su momento:

“Hay algo tan delicioso en los prejuicios de una cabecita joven, que uno se pone triste al ver que termina por pensar como los demás.”

“Cuando la romántica delicadeza de una cabeza juvenil tiene que desaparecer, a menudo da paso a opiniones más vulgares y peligrosas”.

Estas dos primeras frases me resultaron muy familiares. Me recordaron mi adolescencia (sin añoranza ni melancolía, sólo recuerdo de una época), a pesar de los 150 años transcurridos entre una y otra; la adolescencia actual tampoco es tan distinta.

Es el entusiasmo por el comienzo de algo nuevo (la vida adulta, claro); la ilusión de empezar, la misma con que se estrena un cuaderno, se acomete un nuevo trabajo, una nueva empresa, se empieza un curso, o cualquier otro reto. Esa frescura y ese descaro, esa irreflexión, esa vehemencia, ese romanticismo… son los mismos.

Y no puedo evitar sonreír cuando veo a los chicos y chicas de 14 ó 17 años, hablando apasionadamente de lo justo y lo injusto, luchando por sus utopías y sus ideales, defendiéndose de todo este mundo que está en su contra, exaltando la amistad con abrazos emocionados a sus amigos, llorando con ellos, escribiendo los APS (“amigos para siempre” por si alguien no lo sabe) con que decoran sus mochilas, estuches, notas, escritos, e-mails. Es una sonrisa de ternura, de comprensión, de apoyo a ese entusiasmo, y a esos sufrimientos y padecimientos (por cuestiones bien distintas a las que sufrirán cuando sean adultos, pero que les sirven de entrenamiento). Me resultan entrañables, porque sé qué es eso, y porque me veo a su edad, haciendo las mismas cosas.

Me emociona contemplarlos desde la distancia que da los años, y ver la pasión y la rebeldía; y me apena (un poco, lo justo) saber que se pasarán. Que verdaderamente nos volvemos -se volverán- más homogéneos, más vulgares; que los extremos juveniles se van confundiendo en una zona central; que la juvenil vehemencia se convierte en la serena madurez; y que los años nos descubren infinidad de matices de gris, donde antes sólo existía el blanco y el negro.

A ver si voy a parecer tan ñoña como la Austen. Que no me olvido de las malas caras, del mal genio, de las malas contestaciones, del botellón, el tabaco, “a mis amigos los elijo yo", "la familia es impuesta”; todo eso… en el mejor de los casos. Pero esas actitudes menos adorables también son apasionadas y vehementes; y es eso lo que me inspira ternura.


“Yo no veré más que cimas empinadas, donde otros las verían altivas, tierras quebradas y ásperas, donde otros animadamente variadas; sólo objetos perdiéndose en la lejanía, cuando para otros flotarían en una atmósfera de nebulosidad luminosa. Puede darse por satisfecha con la admiración que manifiesto con llaneza.”

Esta última cita no hace sino reafirmarme en mi incapacidad para la floritura. Yo también vería cimas empinadas y objetos lejanos, sin más adjetivos. (Y debería parecer contradictorio con mi verborrea textual; pero, aunque puedo escribir sobre cualquier cosa… no sé poner adjetivos bonitos, ni recurrir a sutiles metáforas.)




Postdata: Mmmmm... muy deprisa creo que he publicado esta entrada... No sé si me convencerá del todo.

martes, 30 de septiembre de 2008

BESOS (rehecho)




Hoy voy a despotricar contra la ola de cariño que nos invade… Hace días que tenía ganas de reflexionar sobre este tema, que me descompone, todo hay que decirlo. ¡Lo besucones que nos hemos vuelto de un tiempo a esta parte!

La primera vez que me sorprendió el tema del beso fue en un entierro en el pueblo (algún día contaré cómo son los entierros en mi pueblo, dignos de un documental antropológico), cuando me daban el pésame. Que la gente joven me diese dos besos me pareció normal; pero cuando se me acercó un hombre de unos setenta u ochenta años a darme dos besos… fue un impacto. Y a ese hombre le siguieron otros que, por supuesto, me daban dos besos. Superado el momento de la sorpresa, el siguiente sentimiento fue de lástima; me besaban con incomodidad, eran besos de personas que no están acostumbradas a besar (ni a ser besados); me besaban porque se había puesto de moda ser cariñoso, esforzándose por dejar de lado la tradicional dureza en que se habían educado los hombres. Se les veía violentos, pero obligados a hacer lo que todo el mundo hacía… y me dieron pena.

Estos besos forman parte de las relaciones humanas actuales; y las personas más mayores han tenido que adaptarse a estas nuevas costumbres, aunque no las hayan conocido anteriormente. Hace 60 años, por ejemplo, en mi pueblo los hombres sólo besaban a la madre (y a la mujer o a la novia en la más estricta intimidad). No existían estos “dos besos” que han sustituido al apretón de manos en los saludos y en las despedidas.

A éstos yo los llamo “besos sociales”, porque son besos físicos, que se dan (o se amagan) pero cuyo contenido no compromete a nada. Suelen darse entre mujeres, o entre mujeres y hombres; entre hombres sólo he observado “beso social” cuando se trata de familiares cercanos, o cuando uno de los dos es homosexual.

Pero además de éstos, existen los besos “virtuales” o “ciberbesos”, que descubrí aquí, en internet. Desde el primer momento me desconcertó la facilidad que tiene la gente para besarse… virtualmente, claro. La gente se despide con besos, besotes, besicos, muakas, besiños, piquitos, kisss, xxx, besis ¡qué hastío!… Que no digo yo que de un amigo o una amiga te despidas con un beso, pero ¿de un simple conocido o incluso de un desconocido? Me asombra… No sé si en la calle la gente se besará físicamente, pero no tienen ningún pudor en besarse oralmente y por escrito… ¡con cualquiera!

Y también están los besos “orales” o de palabra; la gente ahora se manda besos incluso por teléfono “un beso”. Me quedo estupefacta. Las conversaciones empiezan con un “hola guapa” “hola cariño” “qué tal guapo” y terminan con “un beso” “un besito” o similares… y lo admito cuando el cariño es verdadero, o incluso solamente posible, pero… ¡entre compañeros de trabajo! tanto empalago me da náuseas…

Y la gota que ha colmado el vaso de mi asombro han sido los “radiobesos”. Hace tan sólo diez años era impensable que un locutor de radio terminase una entrevista telefónica con “un beso”, o una llamada de teléfono de un oyente con “un beso grande”. Inconcebible ¿no? Pues ahora ocurre así; en las cadenas de música de frecuencia modulada, y en las cadenas más formales de entrevistas, de onda media.

¿De verdad la gente va besando por ahí a todo titirimundi? ¿alguien imagina una carta, de las de hace unos años, que no fuese destinada a alguien a quien se quiere de verdad, que terminase con "un beso"? ¿y una conversación telefónica? Inimaginable… Y no es que yo sea una defensora del lenguaje excesivamente formal, rígido y encorsetado, pero me parece que con las muestras de cariño se está exagerando, porque no son verdaderas.

Todo ello sin olvidar que el beso es cosa de dos, siempre; y que a nadie puede obligársele a recibir un beso. En la vida real quien no quiere ser besado puede mostrarse distante, intentar apartarse, esquivar, ponerse borde, tratar de no dar pie… o, en fin, compensar el beso no querido con una bofetada, o incluso con una denuncia. Pero a quien te manda un beso por teléfono, en un correo electrónico o en una conversación, sin venir a cuento y sin pedir permiso… ¿cómo le das a entender que no quieres sus besos sin molestarle y, sobre todo, sin parecer gilipollas?

Y respecto de la calidad, Mario Benedetti, en La Tregua, decía “Al que llora todos los días, ¿qué le queda por hacer cuando le toque un gran dolor?” (¡Ay!, si yo supiera decir las cosas así de claras, exactas y breves… pero Dios no me ha llamado por el camino de la concisión, así que tendré que conformarme con mis otras virtudes). Pues con los besos puede decirse lo mismo: al que besa a troche y moche, a todas horas y a todo el mundo ¿qué le queda por hacer cuando le toque un gran amor, un sentimiento profundo, un cariño verdadero?

Una vez asumido el “beso social”, y dejando de lado los besos físicos (que admiten muchos matices porque van acompañados de gestos y actitudes que permiten calibrar el afecto que manifiestan), me estoy refiriendo, naturalmente, a los besos intangibles, los dichos y los escritos. Cuando alguien por teléfono, en un correo, o en una conversación virtual se despide con “un beso” ¿qué hay que entender? Generalmente, una despedida de las de “dos besos” sociales, que nadie se emocione. Pero si el receptor está especialmente predispuesto, nada le impide interpretar un beso de pasión, o de cariño, porque los besos no suelen ir acompañados de instrucciones del tipo “un beso con repaso de encía, corazón”; no quedarían bien.

Un beso es un beso, aquí y en Pekín; y para evitar confusiones, yo beso a poca gente (lo cual no quiere decir que bese poco) tanto en la vida real, como de palabra o por escrito. Así, mis besos siempre son besos auténticos, no son besos de compromiso, ni de cibercostumbre. Soy de las de “laespañolacuandobesaesquebesadeverdad”. Quizá suene a rancio, o a cacatúa internauta, o a desfasada, o a lo mejor le doy demasiada importancia a las cosas… (realmente, le doy demasiada importancia a cosas que no la tienen, pero soy así). Si escribo “un beso” es que lo estoy dando, que lo siento de verdad.

En fin, con el tiempo la moda se irá imponiendo, cada vez más, y terminaré asumiéndola y adoptándola; y diré y escribiré besos, y me sentiré incómoda al hacerlo, y se me notará violenta, como aquellos abuelos que me besaban en el entierro…

jueves, 25 de septiembre de 2008

FILOSOFIA DE CALLE



Tengo un problema escribiendo: me enrollo mucho, demasiado. Y además me falta chispa; desearía tener un poco más de gracia, pero habré de conformarme. Voy a contar algo que presencié el otro día; me pareció una situación muy divertida, así que intentaré transmitirla, a ver si me sale.

Me gusta comprar los productos frescos en tiendas de la calle, lo que se llama “pequeño comercio”; me gusta el trato directo con las personas (bueno, con algunas personas). La pescadería (glups, menos mal que acabo de buscarlo en la RAE, porque iba a poner pescatería) de mi calle la regentan dos hermanos muy particulares, que siempre están reflexionando en voz alta, con cualquier excusa, una noticia del periódico, el comentario de una clienta, una canción de la radio… son dos filósofos.

Cuando entré en la tienda la semana pasada, el mayor le estaba diciendo al pequeño: “Yo siempre te doy la razón, hermano; primero a mi mujer y después a ti”. “Sabia medida la de dar la razón siempre a la mujer; tendrás un matrimonio feliz”, auguró la clienta que estaba delante de mí.

Y a continuación, esa señora se puso a pedir su compra, merluza, gambas, “Y unos chipirones para mi marido, que lo tengo que cuidar para que me dure mucho”. Ante la mirada sonriente de los pescaderos, la señora explicó con toda naturalidad “Sí, sí, que si no… ¿quién me va a bajar las cosas de los armarios altos? ¿y quién va a cambiarme algún enchufe y a hacer las maletas?”; comentario que provocó las sonrisas, más o menos guasonas, de todos los presentes.

El hermano pequeño, sin dejar de limpiar los chipirones, contestó “Claro, y los que no sabemos cambiar enchufes, hacer maletas, ni llegamos a los armarios altos, como yo… ¡solteros!”

“¿Te das cuenta? -concluyó el mayor- basta con que les des la razón, arregles algún enchufe, y bajes las cosas de los armarios. Con lo sencillas que son las cosas… ¡y cómo nos las complicamos!”

Pues eso.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Cuando tu rostro era niebla (Mario de los Santos)

Voy a empezar a hablar de “mis lecturas” con este libro, que me ha proporcionado íntimas satisfacciones, placeres pequeñitos y personales, tanto que pueden parecer ridículos (o simplemente, gilipolleces).

La primera vez que lo leí me gustó. Y eso que no entendí el final.

La segunda vez lo disfruté. Y además, cuando llegué al final, lo comprendí sin ninguna dificultad, sin proponérmelo; de repente, lo había entendido. Fue algo parecido a lo que me pasa con los problemas de ajedrez: hay días en que me salen, a la primera, y otras veces por muchas vueltas que les dé, no veo ninguna solución. Debe ser cuestión de predisposición mental (de qué dependa, no lo sé).

Me agradó encontrar paisajes urbanos familiares; a puro de leer, una acaba por conocer casi mejor las calles de Barcelona o de París que las de su propia ciudad. La calle Moncasi, recuerdos de juergas juveniles, parece que sigue en activo. Y sobre el otro uso del aparcamiento de la Escuela de Ingenieros (perdón que me da la risa, jajajajajajaja), he de decir que lo descubrí apenas un par de meses antes de leer el libro; a mi amiga Raquel la llevó allí un “ciber-amigo” ¡lugar romántico donde los haya! jajajajajaja.

Me emocionó la historia de amor. Las circunstancias de los protagonistas, edad, familia, obligaciones, pensamientos, me resultaron muy cercanas; una historia verosímil. Es curioso que últimamente caen en mis manos libros de pasiones maduras; o quizá es que ahora sólo me fijo en éstas… por proximidad.

El “lado oscuro” de la trama lo conforman ciertas actividades que no pagan impuestos; y que por eso mismo -y por nada más- se sitúan al borde de la legalidad y rozando la delincuencia. Personalmente, desconozco el mundo del juego y de la prostitución; no frecuento esos ambientes ni a las personas que ejercen esas labores, que me parecen marginales y peligrosos. Y sin embargo, el libro no los presenta como algo lumpen, sino como personas normales, con sus amigos, sus costumbres, su cotidianidad. La literatura tiene el poder de hacer que estas situaciones no sólo no provoquen rechazo, sino que incluso se tornen atractivas para el lector, con su punto de romanticismo.

Es muy buena la frase “Si la pareja fuera el estado normal de la raza humana, yo no me habría hecho rico con un puticlub”; y lo más triste es que seguramente sea verdad.

Repasando mi cuaderno de anotaciones, me doy cuenta de que los párrafos que he copiado son todos sobre el mismo tema… Y el libro no es monográfico. Y yo no soy obsesiva (¿o sí?). Sería el momento en que lo leí…

“Los favores de una mujer hermosa pueden ser el remedio para todos los males de cualquier varón mayor de trece años. Aunque con más frecuencia fuesen los causantes.” Me encanta la primera parte.

“Dice la sabiduría popular que la cantidad de mujeres que te van a encontrar atractivo es directamente proporcional a la cantidad de sexo practicado. Incluso ciertas teorías científicas ratifican el asunto mediante la segregación de alguna sustancia que informa que el macho anda servido”. Y corroboro esta aseveración; he podido comprobar de primera mano que el macho más atractivo del grupo siempre será el que lleve anillo de casado.

“No existía una vida por construir; tan sólo quedaban por compartir las escasas fuerzas del cuerpo, un plato de sopa fría y los años desgastándose en las retinas. No tenían tiempo que perder en todos esos conceptos superfluos en que confían los jóvenes: fidelidad, confianza, sinceridad… Su amor bebía de otros manantiales, su amor era un beso de buenas noches.” Precioso, y totalmente real ¿de verdad puede reflexionarse sobre esto siendo tan joven como el autor?

Y ahora me acuerdo de algo que en su día no anote, pero que me emocionó (será cosa de la edad); era una escena en la que Teodoro hablaba de Marisa y decía algo así como que tenía un cuerpo sin terminar, el cuerpo inacabado de una mujer que no ha sido madre ¡cuánta ternura desprendía!

En junio fui a Barcelona a ver a un amigo, y decidí regalarle el libro. ¡No imaginé que iba a ser un trabajo digno de Hércules! Me gusta comprar los libros en librerías, no en centros comerciales; así que me dirigí a las tres ó cuatro más céntricas y renombradas, con nulos resultados. Terminé llevándome el último ejemplar que quedaba en El Corte Inglés… Sí, ya sé que la distribución no ha sido la mejor.

Cuando empecé este blog, lo hice para comprobar lo que ya sabía: que esto funciona a base de “colegueo”. Pero la entrada “Seducción” me deparó varias sorpresas…

  • Primera: alguien me había leído.
  • Segunda: alguien había dejado un comentario por voluntad propia, sin que yo hubiese hecho nada para ello.
  • Tercera: ese alguien era, ni más ni menos que un autor literario, un escritor de verdad (tengo que hablar un día de las personas notorias), que se dirigía a mí, una maruja cuarentona con el suficiente tiempo libre como para hacer esto.Nunca sospeché (la verdad es que ni siquiera me paré a pensarlo) que poniendo una cita, me fuese a escribir su autor.
  • Cuarta: me pedía permiso para poner un enlace desde su página a la mía, sólo por haber mencionado su libro... (A estas alturas, servidora ya estaba estupefacta y tenía las constantes vitales completamente alteradas: ojos como platos, pulso acelerado, boca seca... y todavía no habían acabado las sorpresas)
  • Quinta: el correo estaba enviado ¡el día de mi cumpleaños! Aunque lo abriese tarde, gracias, Mario, por el regalo.

lunes, 8 de septiembre de 2008

MIS LECTURAS



Llegó un día de otoño en que mi cabeza no estaba en orden; pensaba cosas raras. Así que decidí hacer algo para evitar esas ideotas. Necesitaba despejarme, hacer algo nuevo, darme cuenta de otras cosas, abrirme al mundo, distraerme; era una verdadera necesidad para mi salud mental. La solución tenía que consistir en algo que exigiese mi concentración, para que el cerebro no se pusiese a pensar de forma autónoma; tenía que pensar lo que yo quisiera.

Además, me di cuenta de que aquí, en el submundo, hay mucha afición a la literatura (amantes, estudiosos y lo que más, pseudoliteratos). Así que para tener algo de qué hablar, con alguna base sólida, y para domesticar mis neuronas, decidí empezar a leer de otra forma, que quizá sea la correcta, pero que yo nunca había intentado.

Desde niña fui ávida lectora; aprendí a leer pronto, y devoraba todo lo que pasaba por mis manos, primero tebeos, y más tarde novela y teatro; y de todas las calidades: bueno, malo y regular. En mi casa no había libros; no había costumbre, ni tradición, ni conocimientos; eso sí, a mi madre le fascinaban las bibliotecas que había en algunas casas. Identificaba posesión y cultura; si en una casa había muchos libros, es que sus habitantes eran personas muy cultas, no como ella, que apenas fue a la escuela. En mi casa, pues, no había libros para leer. En cambio, mi madre, en su afán de que no fuésemos analfabetos, compraba, casi compulsivamente, todas las enciclopedias que los vendedores ambulantes ofrecían, en cómodos plazos, casa por casa en aquella época; como si la mera presencia de los libros asegurase la transmisión del conocimiento mediante un viaje misterioso desde la estantería del comedor hasta nuestras cabezas. Teníamos enciclopedias generales, infantiles, de piratas, de ciencias naturales, con dibujos, y alguna con nivel más que universitario. Y de todos mis hermanos, yo era la única que las consultaba asiduamente.

Los primeros libros que tuve en casa fueron los que me hicieron leer en el colegio, supongo que serían los clásicos. Con 13 años, para el verano me iba por las tardes a leer a la biblioteca municipal (leía mucho, pero no recuerdo más que un título: Mujercitas), igualito, igualito que los adolescentes de ahora. Y ese mismo año, cuando cobré mi primer sueldo (si así puede llamarse al dinero que me dieron por cuidar de una niña una noche que sus padres salieron a cenar) lo primero que hice fue comprarme un libro (tampoco recuerdo cuál; me estoy dando cuenta de la mala memoria que tengo). Más tarde, mi madre me hizo socia del Círculo de Lectores, y así me aficioné a coleccionar libros.

De adulta he tenido temporadas en que he leído mucho, y otras menos, pero siempre ha habido algún libro encima de la mesilla (o en el cuarto de baño). He leído de forma práctica y sencilla, fijándome en el argumento, como si fuese una película, y cuando se acababa el libro, a la estantería; y al cabo del tiempo, al olvido. Porque de los libros que he leído, recuerdo los títulos (no todos, claro) y de algunos conservo una vaga idea sobre la trama, y si me gustaron o no, pero he olvidado personajes, detalles, e incluso el final de la mayoría de ellos. Y eso que los terminaba todos, todos, aunque no me gustasen, aunque me pareciesen insoportables ¿de dónde vendrá esta manía? (Sé que hay mucha gente a la que le pasa lo mismo ¿será algo generacional, como lo de no dejarse nada en el plato?) En mi caso, pienso que si dejo un libro a medias quizá me esté perdiendo algo verdaderamente bueno ¿y si lo mejor está en el final? Con este pensamiento he leído cosas que me aburrían hasta el coma y, bien mirado, nunca he encontrado un libro que no me gustase al principio y al final me fascinase.

Bueno, pues el puente de Todos los Santos del año pasado, me alejé de personas, de ordenadores, de móviles y de otras influencias y así, aislada, cogí un libro y empecé a leer con detenimiento, prestando mucha atención. Además me preparé un cuaderno y un estuche con bolígrafos de colores, lápices, goma, sacapuntas, rotuladores, corrector y mil accesorios más, de los que sólo utilizo un bolígrafo normal y corriente, pero con la tranquilidad que me da saber que si quiero hacer filigranas, dispongo del material adecuado; debidamente pertrechada, me dispuse a escribir en el cuaderno. Primero la fecha y el título del libro; y a continuación todo aquello que me llamaba la atención: palabras de las que desconozco el significado, para buscarlas en la página de la RAE; párrafos enteros que me recordaban alguna situación o alguna persona; nombres y árboles genealógicos en libros con muchos personajes; frases que me hacían pensar, o que coincidían con alguna idea que yo llevaba por la cabeza; y de repente me di cuenta de que había cosas escritas que me gustaban por la forma en que estaban dichas, palabras que provocaban en mí sentimientos por cómo decían, no por lo que decían (gracias, Mario Benedetti). Esto fue un auténtico descubrimiento... yo siempre tan racional, tan fría, tan "de ciencias", emocionándome con palabras escritas, como un adolescente enamorado que lee poesías (de mi relación con la poesía hablaré en otro momento); será cosa de la edad... Ya lo decía mi suegra "de la vejez a la niñez" y por tanto, de la madurez a la adolescencia, añado yo.

Así empecé a tomarle gusto a apuntar cosas en el cuaderno, sobre todo, anotaciones sobre los libros que he leído últimamente, y con este material, he decidido escribir entradas en el blog, una por cada libro, y plasmar mis impresiones por escrito.

No tengo criterio literario; que nadie piense encontrar aquí una selección de libros buenos (jajajajajaja, seré ilusa, como si alguien fuese a leer esto, jajajajajaja). Sólo sé lo que me parece a mí cada libro en el preciso momento en el que lo he leído; y que el tiempo también puede cambiar la opinión.

jueves, 21 de agosto de 2008

ME GUSTA




Hoy voy a decir cosas que me gustan:

- Me gustan las camisas y blusas blancas.

- Me gusta que me dé el viento en la cara (no el vendaval) y cerrar los ojos.

- Me gusta el chocolate.

- Me gusta reírme con mis hijos.

- Me gustan los retos mentales: sudokus, escribir, problemas de lógica...

- Me gusta el olor a verde (ciprés, boj, césped, hierba, monte)

- Me gusta el sol.

- Me gusta cocinar.

- Me gusta el frescor de las mañanas en verano.

- Me gustan los sonidos naturales: el agua del río, el mar, los animalillos, el viento.

- Me gustan los fuegos artificiales.

miércoles, 20 de agosto de 2008

LA PRIMERA VEZ DESPUES DE LOS CUARENTA




No, no, no, que nadie se llame a engaño. Esta entrada no tiene nada que ver con el sexo. Sólo quiero dejar constancia de que hay muchas cosas que he hecho por primera vez después de los cuarenta; no es una lista cerrada, así que la iré completando a medida que vaya haciendo cosas nuevas.
  • Me compro unos pantalones vaqueros Levis por primera vez a los 41. ¡Seré rancia!

  • Bajo un barranco por primera vez a los 40 (con arnés, casco y monitor, eso sí)

  • Dejo un libro a medias por primera vez a los 41. Ahora sé que somos muchos; hasta ahora era incapaz de no acabar de leer un libro, por muy plasta que fuese, pero alguien me dijo -y me convenció- que leer debe ser gratificante, nada de sufrir, así que "Crimen y Castigo" se quedó sin terminar.
  • Dejo de fumar después de casi 25 años ¡ahí es ná!
  • Termino la carrera.

jueves, 14 de agosto de 2008

SEDUCCION





“Durante siglos nos han convencido de que es bueno resultar atractivas a los hombres, por más que éstos no te resulten atractivos. Ser deseada es bueno en sí.”
(Cuando tu rostro era niebla, Mario de los Santos).

Compré este libro, por recomendación del librero, el día de San Jorge de 2008, y lo leí dos veces seguidas (como suelo hacer últimamente con los libros que me gustan: la primera vez para saber si son de mi agrado, y la segunda para deleitarme con ellos). Y me sorprendió esta frase, que ampliaba a la generalidad de las mujeres lo que creía que me pasaba a mí sola; a saber: que me gusta gustar.

Desde que tengo consciencia de ser mujer, además de persona, he procurado resultar atractiva a los hombres. No quiere decir eso que vaya especialmente arreglada, maquillada, peinada, y con el tacón puesto; nada más lejos de la realidad. Sencillamente, intento encontrarme a gusto conmigo, por dentro y por fuera. Esa sensación interior ilumina el exterior, y los demás lo notan.

Me gusta seducir. Hace mucho que lo sé (y que lo practico, por supuesto). Seducir en general, porque sí; y en particular, a los hombres que me resultan interesantes por cualquier motivo. Seducir de palabra y de obra, con la mirada, la sonrisa, el garbo al caminar, la intención al hablar… (y que nadie me imagine como una especie de vampiresa de cuerpo excitante y mirada cálida, porque no es el caso, jajajajajaja)

Gustar. Solamente eso. Sin ningún otro propósito que el de ser, aunque sólo sea por un momento, ese oscuro objeto de deseo. Gustar a ese compañero de trabajo que me cae tan bien, y gustar al hombre con el que me he cruzado esta mañana por la calle (al que no conozco de nada, y probablemente no volveré a ver nunca). Sentir que he dejado huella, aunque sea breve; que le he gustado y ha pensado en mí en ese instante. Sin ninguna otra intención.

Claro que no lo he asumido siempre así. Al principio era una actitud tan natural y espontánea, que llevaba a equivocaciones; los hombres confundían esta afición mía con sus deseos sexuales, lo que me ha valido más de una vez el calificativo de calientapollas (RAE: persona que excita sexualmente a un hombre sin intención de satisfacerlo). Cuando me dí cuenta de las consecuencias de mi comportamiento tuve que frenarlo, y más tarde, refinarlo; con los años, la seducción se hace menos evidente, más sutil, de forma que cuando sea conveniente, puedes negarla, porque no es manifiesta ni palpable, es todo como un juego de doble intención.

(Desde otro punto de vista, podría desarrollarse una teoría que sustentase la seducción femenina en la necesidad natural del apareamiento, y advirtiese cómo la sociedad -¿o la religión?- ha ido imponiendo limitaciones a la naturaleza mediante restricciones morales, pero ahora estoy hablando sólo de mí, no de teorías generales).

Siempre he creído ser un bicho raro por esta inclinación. Pero al leerla en un libro, y escrita por un hombre, he comprendido que debe ser algo bastante generalizado en las mujeres. Y no es que me encuentre más aliviada por ello, ya que el gusto por la seducción nunca me ha suscitado ningún remordimiento de tipo moral ¿debería haberlo sentido? no lo sé. Es cierto que de vez en cuando se escucha o se intuye que una mujer decente debe procurar gustar sólo a su marido, y punto; pues yo quiero gustar a todos, al menos a todos los que me resultan interesantes, ¿soy inmoral? ¿soy un putón virtual? no me importa, me interesan poco estas calificaciones.

Ah, y de la seducción por la escritura, la seducción en la red, también podría hablar, pero lo dejo para otro día.

miércoles, 13 de agosto de 2008

JUSTIFICACION II



Ya he dicho que nadie lee blogs ajenos si no es para que lean el suyo (principio de reciprocidad bloogera). Yo no leo blogs ajenos con regularidad (no me gusta la adulación gratuita ni el halago por interés). Conclusión: nadie va a leer mi blog. Entonces… ¿qué hago aquí escribiendo? Pues… ocupar parte de mi tiempo en una actividad que me haga pensar un rato. Esto es un desahogo personal, un ejercicio de contar, de expresarme, de mostrar “mi otro yo” (el que queda oculto para quienes me conocen en la vida real, pero de esto ya hablaré otro día); y finalmente es un estímulo, necesito explicarme, entrenar la mente, ejercitar las neuronas, como el que necesita hacer deporte todos los días.

De acuerdo, para eso no hace falta abrir un blog, puedo hacer esto mismo en un cuaderno, tipo “querido diario…”; de hecho, tengo mi cuaderno -tamaño cuartilla, que cabe en el bolso- en el que voy apuntando cosas, copiando frases del libro que estoy leyendo en cada momento, porque me gustan, me sugieren o me llaman la atención; también anoto palabras que no conozco o que creía que se escribían de otra forma, para buscarlas en la página de la RAE; ideas que me asaltan para después desarrollarlas aquí, alguna rima, en fin, “mis devaneos”. El cuadernito de marras no está escondido, pero tampoco lo dejo en cualquier sitio; si alguien tuviese interés lo podría leer, pero creo que no despierta tanta curiosidad, y además, no creo que lo entendiesen, seguramente parecerá absurdo. Me gusta escribir en papel, deslizar el bolígrafo, moverlo, intentar hacer buena letra… Sí, me gusta. Por eso copio, copio muchas cosas. Pero para desarrollar ideas me desenvuelvo mucho mejor con la tecla; disfruto pulsando, borrando, leyendo, repasando, cambiando una frase, una palabra, buscando un sinónimo, pongo una coma, no, mejor un punto y coma, vuelvo a cambiar el párrafo…

Sí, es cierto, tampoco eso justifica que abra un blog; puedo escribir en el ordenador y guardar el documento, sin necesidad de hacerlo público. Pero… me resulta tan excitante pensar que alguien pueda leerlo; por supuesto, alguien ajeno a mí, extraño, que no me conozca previamente (decididamente, tengo un punto de exhibicionista). Lo que en realidad me da morbo es pensar que, sin decirle a nadie que he abierto un blog, alguien va a entrar, y lo va a leer ¿qué pensará? ¿qué idea se formará de mí? ¿dejará un comentario o me mandará un correo electrónico? (esto debe ser vanidad ¿no? ya tengo tema para desarrollar otro rato)

martes, 12 de agosto de 2008

TEORIA DEL PANDILLISMO INTERNAUTA


Hace un par de años que empecé a conocer este mundo de los blogs, bien porque amigos o compañeros me decían que habían abierto uno, o bien porque llegaba a ellos a través de google en busca de alguna información. El resto, simplemente, no me interesan; prefiero jugar al ajedrez.

Lo primero que me llamó la atención fue la cantidad de gente que entra a leer lo que otros (no importa quiénes sean ¿o sí?) cuelgan en internet. Sobre todo, teniendo en cuenta que los blogs informativos no son siempre fiables, pues no hay responsabilidad para quien afirme falsedades; y que los blogs de opinión o de contenido personal (como este mío) no suelen ser interesantes (salvo para su autor). Sólo se me ocurría pensar que había personas que tenían mucho tiempo para poder dedicarse a bucear por aquí, y leer, y dejar por escrito sus impresiones.

Pero un poco más tarde descubrí lo que yo he llamado “el pandillismo internauta”, que se basa en dos principios fundamentales: “los amigos de mis amigos son mis amigos” y “yo te leo, tú me lees, él nos lee”. Lo voy a explicar en primera persona. Yo hago un blog, y si quiero que me lean (que para eso lo hago), primero debo promocionar mi producto (o sea, darme publicidad y autobombo). Para ello, busco otros blogs de contenido o intereses parecidos a los míos, y los visito; cortésmente escribo algún comentario diciendo lo bueno que es (la vanidad nos pierde a todos) y, de paso, como el que no quiere la cosa, dejo caer que yo también tengo mi propio blog, al que invito gustosa a todo el que quiera venir. Tanto los autores de los blogs que visito, como sus amigos (que le leen asiduamente) ven mi comentario y aunque sólo sea por curiosidad, probablemente la mayoría vienen a visitarme; como además las reglas de la educación dicen que hay que corresponder (es de bien nacido ser agradecido), muchos me dejan sus amables comentarios. Con todo esto, ya tengo lectores, visitantes, y comentaristas asegurados (aunque previamente haya tenido que pagar el impuesto revolucionario de mi halago, y deba seguir haciéndolo periódicamente). Y por último, hay que tener en cuenta que como cada uno añade enlaces a las páginas de los demás, ya tenemos la estructura reticular que sustenta la pandilla. Entrando a visitar uno de los blogs, podemos ir al de todos sus amigos.

Así pues, la mayoría de los blogs son leídos siempre por las mismas personas (las de la pandilla), y por razones de reciprocidad y educación (te leo porque me lees). Seguramente hay excepciones; posiblemente habrá quienes lean por auténtico interés personal e incluso quienes lean blogs y no tengan el suyo propio... No conozco ninguno de estos casos, pero, como las meigas, seguro que haberlas, haylas…

viernes, 8 de agosto de 2008

¿Es necesario en verdad lo de hacer publicidad?



Desde aquí les contaré

mi visión particular
de este mundo singular,
donde hay mucho parípé,
peloteo y "bien quedar".
Y se lo voy a explicar
aun a riesgo de acabar
con ojo a la virulé.


Resulta que lo que mola,
lo que gusta y lo que excita
es tener mucha visita,
y saber que no estas sola,
que lo que escribes se lee;
y aunque alguno te abuchee,
más de uno te felicita.
Porque no hay quien se resista
a que alimenten su ego;
y yo tampoco reniego,
pues me gusta, desde luego,
sentirme como una artista
o princesa diediochista
con su bufón palaciego.

Aunque queda una cuestión;
pues si quieres recibir
de visitas mogollón,
y quieres verles decir
que les gustas un montón,
y que tu blog es fetén,
lo primero has de existir
y caerles requetebién.
Por lo tanto, es necesario
que te des a conocer;
en cien blogs has de meter
las narices, solidario,
para que te puedan ver.

Escribes: "Me llamo Mario,
me parece extraordinario,
tu blog" (es un suponer).
Y a continuación vender,
cual soldado merecenario,
tu blog tan sensacional;
de este modo el personal
que se quiera entretener
te dejará un comentario
mostrando su parecer.

Por eso has de conocer
la norma fundamental
que rige el mundo virtual:
lo que quieras obtener
antes debes ofrecer.

O sea, que si yo quiero
que alguien me lea y me escriba
y me diga ¡ole! y ¡viva
tu gracia, arte y salero!,
he de visitar primero
su blog y dejar misiva
que pondere con esmero
su trabajo como escriba.

Propongo un experimento:
no voy a publicitar
(por lo menos, de momento)
mi blog, mi entretenimiento;
y no pienso visitar
otras páginas, lo siento.
Pero debo demostrar
si es verdad o si es que miento
con todo este pensamiento
absurdo e impopular.
Y así podré comprobar
que nadie entrará a mirar
el blog, ni a darme su aliento,
que se pierde mi talento
como una gota en el mar..



miércoles, 6 de agosto de 2008

JUSTIFICACION I



“Escribo para mí solo” “El hombre que escribe vive con la esperanza de que sus palabras serán leídas, y que la posteridad glorificará sus actos y su cordura” (Sinuhé el Egipcio, Mika Waltari)

Escribir nunca había sido lo mío, o eso creía yo, mujer de ciencias puras, ávida lectora, pero que jamás había sentido el impulso de escribir. Sin embargo, hace cosa de un año empecé a escribir cartas, una relación epistolar (cibernética, por supuesto), y descubrí que, si me lo proponía, podía hacerme entender, podía contar cosas con palabras. Mis amigas me decían ¡qué bien escribes, Mari, qué bien te explicas! Me cuesta mucho esfuerzo, desde luego, pero al releer, disfruto de lo escrito, me gusta, considero que ha merecido la pena.

Cuando la relación epistolar dejó de ser fluida, ya había adquirido la costumbre de escribir, así que seguí haciéndolo, pero para mí; cuando me apetecía ponía por escrito mis reflexiones, mis pensamientos, lo que me pasaba… Así tenía un rato de recogimiento personal, me dedicaba a pensar, y aclaraba mis ideas. Pero dejar todo ese trabajo dormido en el limbo de la carpeta “borradores” me parecía una pérdida de tiempo, y dejé de hacerlo.

Este verano me he encontrado con mucho tiempo libre, demasiado, y me han venido las ganas de escribir; escribir como ejercicio mental, como el que hace sudokus o crucigramas. Es una distracción agradable; me gusta y me entretiene, a pesar de que me cuesta trabajo hacerlo. Porque las palabras no me salen solas, sino que necesito pensar, en silencio, sin que me molesten, y con el auxilio imprescindible de la página web de la Real Academia de la Lengua.

La comunicación exige, además del emisor, un receptor del mensaje; y como no quiero comprometer a ninguna de mis amistades, he decidido abrir un blog, completamente anónimo, en el que expresar libremente mis devaneos.

Soy consciente de mis limitaciones. Ni sé escribir bonito, ni sé describir florido, ni tengo cosas interesantes que contar. Pero paso el tiempo entretenida, discurro y ejercito mis neuronas, y pienso en mis cosas, personales y privadas, reflexiono y las pongo por escrito (y si alguien las lee, mejor que mejor, pero sobre ese tema… hablaré otro día).