viernes, 21 de noviembre de 2008

POESÍA (corregido)


POESÍA. (Del lat. poēsis, y este del gr. ποίησις).


1. f. Manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa.

2. f. Cada uno de los géneros en que se dividen las obras literarias. Poesía épica, lírica, dramática.

3. f. por antonom. poesía lírica.

4. f. Poema, composición en verso.

5. f. Poema lírico en verso.

6. f. Idealidad, lirismo, cualidad que suscita un sentimiento hondo de belleza, manifiesta o no por medio del lenguaje.

7. f. Arte de componer obras poéticas en verso o en prosa.

Las Cosquillas del Lobo se refiere a mi anterior entrada como “poesía”, y como semejante término me parecía exagerado para lo que yo hago, he buscado el término en la RAE. Efectivamente, en su acepción 4 admite que poesía es cualquier composición en verso, y por tanto, objetivamente, tiene razón, hago poesía. Aunque yo prefiero la acepción primera, la que identifica poesía con belleza por medio de la palabra; así, mis composiciones pueden llamarse rimas, ripios, versos, coplas… pero “poesía” me parece excesivo.

Además… tenía yo prevista una entrada sobre la poesía, la de verdad, la que a veces rima y a veces no rima, la que es manifestación de la belleza, y hoy toca.

No me gusta la poesía. O eso creía yo. En el colegio nos aprendíamos algún poemilla, en los libros infantiles también aparecían, pero, en general, nunca me llamaron la atención.

Mi primer recuerdo relacionado con la poesía se sitúa en mis quince años, mis primeros amores y mis primeras amigas. Y no sé por qué, me veo en casa de Amalia, de pie, en la puerta de su habitación, con un libro de Neruda en la mano, por supuesto, “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”.

(INCISO: ¡La pandilla del instituto! éramos un grupo muy heterogéneo, y sonrío al acordarme de todas ellas, todas nosotras, ocho o diez chicas de distintas procedencias económicas, sociales, culturales y políticas, a través de las cuales me asomé a otros mundos y conocí otras formas de pensar y de vivir. Amalia, por ejemplo, era hija de un escritor, y su casa me llamaba mucho la atención, porque había libros por todos los sitios, un ambiente de cultura, entre bohemio y moderno, muy ochentero, y que yo no había visto hasta entonces; ella tenía el libro de Neruda.)

No recuerdo haber leído completo aquel libro, quizá algunos versos sueltos, los más famosos. El “Me gustas cuando callas, porque estás como ausente…” con el que Pedro, el chico con el que salía entonces, me obsequiaba cuando quería pedirme silencio; seguramente él tampoco conocía más que esa cita y alguna otra parecida para susurrar al oído y arrancar suspiros a las jovencitas.

Luego, sobre los 18 ó 19, leí a Lorca, con pasión, como corresponde. Me gustó, pero no me provocó el interés por la poesía.

Y desde entonces, nada. Veinticinco años sin poesía. Y no la he echado de menos. Siempre he pensado que era algo cursi, propio de enamorados, y no de todos, porque yo me enamoré y ni entonces me interesé por los poemas; pero hay personas que se escriben rimas originales, o las copian y las dedican a la persona amada con mucho sentimiento. A mí no me han llamado la atención; quizá sea demasiado práctica, pero nunca me he entretenido en admirar la belleza por sí misma, sin más; ni la de las palabras, ni la de las formas, ni la de los colores, ni la de los sonidos. Será que no he tenido sensibilidad artística, o será que nadie me había escrito poemas…

Pero, de repente, alguien se enamoró de mí. A mi edad, ya no era la primera vez, pero sí la más… ¿romántica? ¿fantástica? ¿soñadora? ¿tardía? ¿caduca? ¿estúpida? El caso es que empecé a recibir poesías escritas para mí, totalmente originales y personalizadas, nada de copias de los clásicos ni de citas famosas; todo exclusivo y especial, porque yo era especial. Naturalmente, quedé embelesada; lo que no me había ocurrido antes, me ocurrió después. Y entonces empecé a fijarme en la poesía en general, sobre todo en lo que reflejaba lo que me pasaba. Por puro egoísmo leía poemas, de amor, claro; de los otros hay menos y además no me interesaban. Leía conocidos y desconocidos, pero sólo me decían algo aquellos que hablaban del mismo sentimiento que yo tenía. Y me di cuenta de que en algunos de aquellos, hasta entonces, montones de palabras separadas y agrupadas en líneas anormalmente cortas, había belleza; y disfrutaba. Disfrutaba sintiendo lo que otros habían sentido y habían escrito con tanta armonía y tan bien explicado.

Como es natural, mi reciente interés por las poesías duró lo mismo que el enamoramiento. Poco a poco dejé de buscar y de leer, volviendo a mi particular teoría inicial de que las poesías son para los enamorados… y ahora que ya no son para mí, no me interesan.

Prefiero leer otras cosas, cosas que estén relacionadas con mi situación actual; sigo siendo la misma aprovechada que busco circunstancias, pensamientos y reflexiones con las que me identifico, y disfruto leyendo sentimientos y situaciones que yo nunca habría sabido escribir y describir con tal precisión, hermosura y calidez, pese a haberlos vivido de igual forma.

No leo poesía. No la busco, porque ya no me deleito con ella. Pero tampoco la rechazo de plano, porque sé que contiene belleza; si por casualidad encuentro alguna, la leo (o al menos empiezo a leerla a ver si me gusta). Ya no es algo mío, nada personal, nada especial… ocurrió una vez, y fue fantástico; ya pasó. Sin embargo… me quedó como un poso, un regusto, que me permite disfrutar de la poesía cuando me llega adentro (pocas veces, es verdad).

Así, cuando el otro día, leí la frase que tenía puesta a modo de saludo uno de mis contactos del msn, me sentí como tocada por una varita mágica, no sé definirlo, pero me gustó mucho, me agitó por dentro. Era parte de un poema de Jaime Sabines que decía: “¿En qué lugar, en dónde, a qué deshoras me dirás que te amo? Esto es urgente porque la eternidad se nos acaba”. Me pareció tan hermoso... (¿o quizá lo hermoso sería que alguien me lo preguntase?)

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