domingo, 2 de noviembre de 2008

CARTA (O ELECCION)



Una mañana gris, lluviosa y con viento; hermosa desde el refugio de la calefacción. Que invita a escribir cartas, a evocar recuerdos agradables, a hacer rosquillas, a enroscarme en la manta tirada en el sofá, a leer mientras escucho las gotas golpear los cristales, a beber un tazón de caldo, a estar sola y disfrutar de la sensación.

Y me ha apetecido copiar una carta que me pareció preciosa la primera vez que la leí; y me lo sigue pareciendo. Una carta que me hubiese gustado escribir.

Del libro "Andamios", de Mario Benedetti.

"Lo que me proponés no puede ser, Eugenio. A vos te consta lo que significás para mí, pero tendría que ser otra mujer para seguirte. Me sentiría mal por el resto de mis días. Ramón y yo somos algo más y algo menos que marido y mujer. Si te abrazo, siento que mi cuerpo responde en plenitud, con una intensidad que pocas veces he llegado a sentir con Ramón. Pero Ramón y yo somos bastante más que dos cuerpos. Tenemos una nutrida historieta en común, con episodios de riesgo y de una inexpugnable y mutua solidaridad. Con sólo mirarnos ya sabemos qué piensa o siente el otro. Y hay tres hijos, no lo olvides. No dudo que haya otras cotas de felicidad, más intensas y memorables. Pero no me quejo. Estoy conforme con mi vida. Ojalá me comprendas. Dudé entre comunicarte simplemente mi negativa o tratar de explicarte la razón de la misma. Elegí la segunda opción porque te respeto y también (¿para qué negarlo?) porque te quiero. Es arduo eso de obligarse a poner una forma de amor en cada platillo de la balanza, en particular cuando las dos pesan casi lo mismo. El problema es que no sólo juegan dos intensidades, dos fervores, también pesa el carácter, la sensibilidad del responsable de la balanza. Es duro conocerse y reconocerse. Es duro. Pero yo me conozco y me reconozco. Es cierto que pasa el tiempo y los propios sentimientos se ponen vallas, voluntariamente y no presionados por las circunstancias. Pero esas vallas, que al comienzo son suaves, flexibles, movedizas, se van volviendo estables, compactas, pertinaces. Mi abuela decía de ciertos desasosegados de nuestro clan familiar: Son hijos del rigor. pero a veces uno es hijo de su propio rigor. Uno crea sus rigores privados y luego no tiene otra salida que ser fiel a ellos. No sé si me entendés. Me desespero tratando de decirte la verdad. Sueño contigo y soy débil en el sueño. Deliciosamente débil. Pero cuando me despierto, sé dónde estoy, sé cuál es el cuerpo que duerme a mi lado y no es el tuyo, Eugenio. Te agradezco tu devoción, tu generoso apego, tu ternura. Te lo agradezco con mi mejor egoísmo, con mi machacada libertad. Estando contigo he aprendido mucho, no sólo de vos sino también de mí. Entre otras cosas, he aprendido a bifurcar mis sentimientos, pero también a medirlos, a elegir con dolor, a pedirte perdón. Aquí va un beso menos casto de lo que quisiera y un adiós que no puede ser sino definitivo, Nieves."


Una carta que puede leerse desde dos enfoques. Mi madre vería la mujer infiel, diría que es un putón (que coincidirá o no con lo que siente, pero es la imagen que desea transmitir), fijándose sólo en el hecho de la infidelidad, y no en la desdicha de la elección.

Yo veo una mujer enamorada. Afortunada, por haber tenido la posibilidad de disfrutar de varios y distintos amores a la vez. E infortunada por tener que elegir uno de ellos (la religión, la moral social, la ética personal, todas ellas, o quizá alguna otra cuestión que desconozco, inciden en que no debe tenerse más de un amor en cada momento, aunque en la realidad quepan más). Y elegir siempre resulta difícil, porque escoger también significa rechazar.

Nieves, por fin, es
una mujer fuerte, que toma sus decisiones y las asume; es una mujer coherente, que se respeta y por eso mismo se hace respetar. Todo el mundo no sabe.

La carta que me hubiese gustado escribir. Lo hace tan bien, Mario Benedetti.

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