miércoles, 12 de noviembre de 2008

EL LIBRO DE LAS ILUSIONES, Paul Auster



El año pasado él me recomendó este libro. Lo devoré. Y este año, en septiembre, volví a leerlo; sin su influjo, tranquila, pausada, recreándome en la historia y en cómo está contada.

El libro empieza con una cita de Chateaubriand, que dice "El hombre no tiene una sola y única vida, sino muchas, enlazadas unas con otras, y ésa es la causa de su desgracia". Esta frase tiene mucho que ver con mi mal desarrollada teoría del icosaedro. Mi vida, por ejemplo, está compuesta de varias caras, varias subvidas (vaya palabro que me acabo de inventar), necesariamente enlazadas, pero muy distintas. Así, tengo la vida real, de los pies en el suelo, que todo el mundo conoce porque a todo el mundo cuento, y la vida fantástica, la que me sueño y que nadie sabe ni que existe. La desgracia estriba en enlazarlas tanto que lleguen a confundirse, en no saber separarlas claramente; pero eso es cuestión de tiempo, práctica, sabiduría, y sufrimiento.

Lo primero que me llamó la atención, las dos veces que leí El Libro De Las Ilusiones fue el empeño de Hector (sin tilde en la traducción, casi me molesta) en la expiación. En vez de asumir sus actos, asimilarlos, intentar corregir los resultados, y aprender para comportamientos futuros; en vez de eso, se dedica a arrogarse culpas innecesariamente, a responsabilizarse de más de lo que le corresponde, aplicándose unas normas morales duras en exceso, que le permitan expiar su culpa, purificarla, borrarla mediante algún sacrificio. El trabajo físico, las penurias económicas, las carencias emocionales, todas sus privaciones y renuncias tienen como finalidad intentar eliminar su mal comportamiento; es una actuación ciertamente masoquista, pues a la vez que se siente maltratado o humillado, el sufrimiento padecido le provoca el placer de intentar compensar su culpa. Culpa que, por otra parte, nace de su ética personal; culpa subjetiva, que ya es bastante, de todas formas, pero que a mí me parece excesiva.

Sólo he encontrado esta vocación de expiación en hombres. Primero me sorprendió en una persona real, pero después, la encontré en libros, en personajes de ficción, aunque, de momento, siempre del género masculino; no sé si existirá en mujeres.

Y relacionada con la expiación de la culpa, Auster también recoge la teoría de la compensación (lo de las teorías me lo invento, por supuesto, como una manera de denominar determinados comportamientos que me llaman la atención). "Hector lo vio como una especie de castigo divino. Últimamente era demasiado feliz. La vida se estaba portando demasiado bien con él, y ahora el destino le daba una lección". Como dice Fito "sé llorar una vez por cada vez que río". Asumo que a todo el mundo le tocan partes buenas y malas en la vida, pero no de forma tan proporcional, ni teniendo que esperar irremediablemente lo contrario de lo que se siente.

Es curioso que todo, todo, está ya escrito, y mucho mejor de lo que yo lo expresaría. Por eso me da mucho gusto encontrar frases escritas perfectamente y que recogen un estado de ánimo o algo que he sentido o que me ha pasado; aunque nadie más lo entienda. Por ejemplo, las coincidencias. "No quisiera insistir en la importancia de esa coincidencia, pero entonces no podía dejar de interpretarla como una señal. Era como si yo hubiera pedido algo sin saberlo, y de pronto mis deseos se viesen cumplidos". A mí me pasa eso. Interpreto las coincidencias como señales, de banalidades, sobre cosas de poca importancia, pero señales de algo; no, no tengo ninguna enfermedad mental (de momento) y no veo señales en todos los sitios, sólo en algunos pequeños detalles.


Por fin, la mujer... "Tenía 79 años... ni carmín ni maquillaje, ninguna preocupación por el peinado, pero aún femenina. Todavía hermosa de una forma depurada, incorpórea. Mientras la miraba, empecé a notar que era una de esas raras personas en las que el espíritu acaba triunfando sobre la materia. La edad no disminuye a esas personas. Hace que envejezcan, pero no alteran lo que son y cuanto más tiempo vivan, más plena e implacablamente se encarnan a sí mismas". Ya me gustaría a mí, ya, que alguien dijese algo así de mí si llego a esa edad; una mujer que impresiona, que deja huella.

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