jueves, 16 de octubre de 2008

ICOSAEDRO


Icosaedro: sólido limitado por veinte caras. Como nosotros, que también tenemos veinte caras distintas, o más, tanto en la vida real, como en la virtual; distintas facetas que conforman un mismo cuerpo, y que no siempre mostramos a los demás a la primera de cambio.

En cualquier relación, al principio, procuramos mostrar sólo las caras del icosaedro mejor decoradas, las más bonitas, e intentamos esconder las más imperfectas, las abolladas; hay algunas caras que son tan transparentes que se ven desde cualquier lado, aunque las queramos ocultar. Pero con el paso del tiempo, casi todas las caras (casi todas) terminan por descubrirse. No podemos hacer como la luna, esconder una cara y enseñar la otra, siempre la misma; el contacto, el roce, la intimidad, muestran también la otra, que es parte de nosotros.

Y toda esta tontería viene a cuento de la comunicación mediante la palabra escrita (aunque parezca mentira) a través de la cual solamente vemos/mostramos alguna de las caras del icosaedro al que nos he asimilado.

Intentaré explicarme. Dejando de lado la comunicación impersonal, dirigida a todo el mundo en general y a nadie en particular (libros, por ejemplo, páginas web, blogs…), he estado pensando en la comunicación directa, personal y escrita a través de internet, bien por correo electrónico, comentarios, juegos, chats, etc.

Cuando leemos un texto en la pantalla, lo único objetivo que podemos hacer es comprender el significado de las palabras utilizadas (siempre y cuando su autor maneje correctamente ortografía y sintaxis). También se puede, si la hay, apreciar la belleza de su combinación (aunque sea una apreciación subjetiva, pues, a mi juicio, no existe nada que sea hermoso por sí mismo, bello para todo el mundo, sino que es una cuestión particular de cada uno). Incluso podemos atrevernos a leer entre líneas, o a descubrir significados personales en algunas palabras, siempre y cuando autor y lector hayan mantenido una relación previa que les permita esa interpretación.

Y casi nunca podemos ir más allá. No podemos asumir ni comprender la totalidad de lo que quien escribió llevaba en mente, porque hay cosas que resultan muy difíciles de plasmar en un texto.

Por ejemplo, la entonación. Cuando a mi amiga Julia le cuento alguna cosa que me han escrito, me dice: “esa entonación es la que le pones tú”. Y efectivamente, un mismo texto puede leerse con distintas entonaciones, que le dan ciertos matices, y por tanto, dan lugar a diferentes interpretaciones. La entonación hay que adivinarla (a no ser que el texto contenga instrucciones precisas del tipo “leer con entonación pícara” o “leer con voz grave, que estoy muy cabreada”), y no siempre coinciden la de quien lee y la de quien escribe. En la comunicación telefónica se pueden apreciar las inflexiones vocales, pero por aquí… no.

Otra cuestión que tampoco se refleja en el texto es el gesto, la expresión de quien comunica, la postura corporal. En el contacto directo, vemos la cara de nuestro interlocutor, que muchas veces comunica más que las palabras que pronuncia, que son un mero apoyo de su semblante. En el lenguaje escrito e interpersonal es muy difícil adivinar con qué cara te están escribiendo; incluso un simple “ja” ¿es una risa graciosa? ¿es irónica? ¿es incrédula? ¿es de hastío? ¿te están insultando? Si pudiésemos vernos las caras u oírnos el tono, la cosa cambiaría.

Como consecuencia de todas esas carencias, la relación escrita lleva aparejados muchos malentendidos, al menos en sus inicios; yo he escrito una cosa y tú has entendido otra distinta. Obviamente, cuando la relación dura un tiempo, se van aclarando los equívocos y se va entendiendo la intención, y la comunicación se hace más sencilla en las dos direcciones. Pero al principio, no podemos captar la esencia del otro, el icosaedro en conjunto; sólo podemos hacernos una idea de lo que nos dice a través de lo que nos muestra (las dos ó tres caras del sólido que nos deja ver).

Y todo esto viene a raíz del comentario que Las Cosquillas del Lobo dejó en mi entrada anterior (hay qué ver, la de vueltas que le doy a las cosas…). La primera vez que lo leí pensé que me estaba echando la bronca, y, sinceramente, no me gustó (aunque ya sé que si escribes en público te expones a eso) ¿por qué me reñía alguien que no me conoce de nada? ¿quién es para juzgarme y para darme lecciones de moralina “no hagas esto, no creas lo otro”? ¿no ha entendido lo que quería contar, o, lo que es peor, no he sabido explicar lo que tengo tan claro dentro de la cabeza?

Después de pensarlo de nuevo, llegué a la conclusión de que no lo había interpretado bien. Seguramente no había leído con la entonación adecuada, o con la predisposición mental correcta; sólo había visto un par de caras del icosaedro y así no puedo formarme una idea adecuada del conjunto. Al fin y al cabo, es alguien que se toma la molestia de opinar correcta y educadamente sobre algo que he escrito, lo que demuestra que me lee con cierto interés. Así que decidí leerlo desde otra perspectiva, desde la del “buen rollito”, que seguro que es más acertada.

Y han vuelto a salirme un montón de líneas; no puedo evitar alargarme tanto, además disfruto mientras lo escribo. Y para colmo, no he contestado a Las Cosquillas del Lobo sobre el contenido de su comentario; otro día será. Saludos y sonrisas.

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