lunes, 20 de octubre de 2008

MAS FILOSOFIA DE CALLE



Son un filón mis tenderos (me gusta la palabra “tenderos”, porque suena a antigua, a pueblo, a familiaridad).

Hoy toca la frutería. Mis fruteros (a todo le pongo el posesivo, pero es que no son unos fruteros cualesquiera, sino los míos, los que me venden con todo su cariño el melocotón y la coliflor). Mis fruteros son un matrimonio de mediana edad, que también tienen su filosofía. Las personas que trabajan de cara al público y con clientela habitual (camareros, tenderos…), tienen su forma particular de ver la vida y de tratar con la gente.

Mi frutera tiene mucho desparpajo, como tiene que ser. Va siempre muy arreglada, desde el punto de la mañana, con el pelo bien puesto y el ojo pintado, que no sé cómo tiene ganas, pero está estupenda todos los días (es envidia cochina, pues servidora tiene sus días mejores y sus días peores, pero ella siempre, siempre, está impecable) y sonriente. A mi juicio, esa forma de ser también tiene mucho mérito; o a lo mejor sucede como con la imaginación, que se nace con esa gracia o no, al capricho de los hados.

El otro día presencié una conversación que me gustó, y enseguida pensé en escribirla aquí. La frutera salerosa estaba ofreciéndole unas naranjas a una clienta bastante sosa (aunque para esto de la sal, también hay gustos, por supuesto).
  • Llévate naranjas, que están muy buenas.
  • ¿Ya hay naranjas?
  • Ahora hay naranjas casi todo el año. Estas son de Uruguay, ¡riquísimas!.
  • ¿De Uruguay? No me digas, eso, dime que son de Valencia...
  • Ya estamos! ¿Y qué más da de dónde sean? ¡Mira por dónde...! Cuando uno quiere un buen coche no se compra el mejor Opel del mercado, no señor; se compra un Mercedes, porque puede. Los perfumes han de ser franceses, los demás no huelen igual. Aaaamigo, pero los tomates… ¡los tomates han de ser de Zaragoza!

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