martes, 16 de junio de 2009

SANDALIAS

Como cada año, cuando empezaba a apretar el calor, mi madre me sacaba la ropa de verano, que consistía, principal y exclusivamente, en los pantalones cortos y las sandalias, siempre iguales.

Las malditas sandalias de cuero, duras, eran auténticos instrumentos de tortura; me hacían rozaduras y señales, que dolían durante varios días hasta que mis pies, sumisos, se protegían con callos y durezas que, aunque molestos, dolían menos. Y además, no se podía jugar al fútbol sin riesgo de romperte algún dedo. Desde entonces me quedó una aversión tan grande a las sandalias que todavía no he sido capaz de llevar calzado que deje los pies al descubierto.

Aquel año, cuando mi madre recogía los pantalones largos, muy orgullosa, me dijo:

  • Hijo mío, cómo se nota que te haces mozo; este año te has comportado como un caballero: has dejado los pantalones nuevos. Ni un agujero ni medio, ni sietes, ni remiendos.

Cabizbajo y resignado, le expliqué a mi madre:

  • Claro, no teníamos pelotón*.



* Pelotón: aumentativo de pelota.

1 comentario:

Las Cosquillas del Lobo dijo...

Pensé que era el único que tomaba vacaciones...
Muy bueno este relato... la infanci ano se deja por gusto, se deja porque te la roban...