martes, 16 de junio de 2009

SANDALIAS

Como cada año, cuando empezaba a apretar el calor, mi madre me sacaba la ropa de verano, que consistía, principal y exclusivamente, en los pantalones cortos y las sandalias, siempre iguales.

Las malditas sandalias de cuero, duras, eran auténticos instrumentos de tortura; me hacían rozaduras y señales, que dolían durante varios días hasta que mis pies, sumisos, se protegían con callos y durezas que, aunque molestos, dolían menos. Y además, no se podía jugar al fútbol sin riesgo de romperte algún dedo. Desde entonces me quedó una aversión tan grande a las sandalias que todavía no he sido capaz de llevar calzado que deje los pies al descubierto.

Aquel año, cuando mi madre recogía los pantalones largos, muy orgullosa, me dijo:

  • Hijo mío, cómo se nota que te haces mozo; este año te has comportado como un caballero: has dejado los pantalones nuevos. Ni un agujero ni medio, ni sietes, ni remiendos.

Cabizbajo y resignado, le expliqué a mi madre:

  • Claro, no teníamos pelotón*.



* Pelotón: aumentativo de pelota.

viernes, 5 de junio de 2009

CUMPLEAÑOS


- Abuela, abuela, ¿qué día es tu cumpleaños?
- ¿Cumpleaños? Yo no tengo de eso. Tengo santo.

Como a todos los montañeses, me pusieron de nombre el santo del día, que me protegería de los posibles males de ojo y conjuraría la mala suerte en caso de que intentara perjudicarme.

Engracia María de las Mercedes. En casa intentaron llamarme Mercedes, pero los vecinos, tan prácticos, siempre me llamaron Engracia; el santo del día era mucho más fácil de recordar que aquel nombre de reina tan estrafalario.

Y es que es mucho más cómodo. ¿Para qué aprenderse nombres cuando todos conocemos los santos del día y de la casa de cada uno? Son ganas de perder el tiempo. Nací el 16 de abril en casa Pelaire, y soy Engracia de Pelaire. Es así de sencillo. Mi marido, nacido el 30 de mayo en casa Chafarro, es Fernando de Chafarro.

Pero también es una cuestión de economía; en una sociedad en la que no sobra nada, lo superfluo no tiene sentido. Y ponerle a uno un nombre distinto al del santo del día era innecesario; además de arriesgarse a perder la protección divina.

El sistema funcionaba bien. Y si no hubiese sido por cuatro fatuos, presuntuosos, con ganas de llamar la atención, seguiríamos sabiendo que si te llamas Candelaria, es que cumples los años el 2 de febrero, y ese día te felicitaríamos.

En lugar de eso, ahora me encuentro con que mis nietos se llaman Alexander, Jonathan, Vanessa y Cristian, a pesar de haber nacido el día de Santiago, San Bartolomé, Santa Rosa y San Fidel. No es cómodo, ni sensato, ni racional.