miércoles, 30 de julio de 2008

Desayuno con diamantes



El cine no es mi fuerte; pero creo que es el título de una película famosa, todo un clásico. Hoy quiero hablar de mis desayunos, que no llevan diamantes, ni falta que me hacen, pero que me hacen sentir como una artista de cine.

Una de las ventajas de hacerme mayor es que ha disminuido mi necesidad de dormir; no puedo estar en la cama hasta las 11 (¡quién me lo iba a decir a mí!), así que, aunque no tenga que ir a trabajar, me levanto temprano y disfruto de mi primera media hora del día.

Me pongo un camisón o camiseta, algo cómodo en cualquier caso. Hago pis. Enchufo la cafetera. Saco el melón de la nevera, parto una tajada, le quito la corteza, lo pongo en un plato y lo corto a trocitos; saco un tenedor. Caliento un poco la leche. Saco a la terraza el melón, los cereales y la servilleta. Apago la cafetera, me pongo un café con leche en un vaso grande, de tercio, cojo una cucharilla y me salgo a la terraza. Al aire fresco de la mañana. Verano. Sola.

Me siento, respiro y escucho. Es un momento casi perfecto. Dentro de la vorágine de la vida cotidiana, es como si me aislase; como si por unos minutos (apenas ocho ó diez) no tuviese ocupaciones ni preocupaciones; tan sólo sentir el frescor por fuera y por dentro; sin ruidos estridentes, sin bocinas, sin gritos de niños ni de madres (apenas hay nadie despierto), tan sólo, si acaso, algún pájaro y algún perro.

Primero el melón, fresco; luego el café con leche, templado. Y toda la mañana por delante...