miércoles, 7 de enero de 2009

PALABRAS





Hay palabras que me gustan más que otras, pero no me había parado a pensarlo detenidamente, hasta que leí "Juegos de la Edad Tardía" de Luis Landero. (Apreciación personal: a este libro le saqué mucho jugo, me hizo pensar y darle vueltas a la cabeza; me encanta cómo escribe este hombre). Transcribo un párrafo que me cautivó:


"Tan nuevas le parecían de repente las cosas, que no se habituaba a sus nombres, como le había ocurrido años atrás, pero ahora no por oscuridad sino por deslumbramiento. Pidió a los viejos más viejos del parque que le contasen historias de su vida, cómo era el mundo antiguamente y si las cosas tenían entonces los mismos nombres que ahora. Algunos le dijeron que antiguamente las cosas se llamaban con nombres mucho más hermosos. Gregorio lo creyó porque había descubierto el lenguaje de los poetas y pensaba que cada cosa se merecía una poesía y no una palabra, o al menos que se la nombrase de muchas formas a la vez, justo reflejo de la correspondencia universal. Pero también en cada palabra había una poesía, claro que sí, por ejemplo "belleza": ¿qué recordaba sino un hielo que se rasga sin ruido, belleza, que no deja eco y nos hace dudar de haberla pronunciado realmente, y que es como si la pronunciáramos con los ojos, belleza, un parpadeo apenas, incomprensible y familiar a un tiempo, belleza? Y esa zeta que ciega la palabra, dejándola entreabierta en la boca, como paralizada por un brevísimo sueño estival? ¿Y qué decir de "recóndito"? Uno tenía que tomar carrerilla hasta la primera "o" y allí domarla por la brida como un cowboy en un rodeo e impulsar el salto hasta la otra "o", pues la palabra saltaba en escorzo amenazando con tirar al jinete y poniendo en peligro su propio significado. Y luego "caracola". Bastaba frotarla para que de ella se levantase un genio de humo, tan terrible que no había deseo que no pudiera satisfacer al instante. Bastaba pedirle sin rubor, pedirle coliflor, barcarola, coral, onda, mar y luz, corimbo, limbo y Paralimbo, marimar y marina, caracol, corocol, quiriquil, cocotero, espuma, halcón, oasis, Nilo y Mississippi; bastaba una palabra, pues cualquiera contiene a todas las demás, en cualquiera puede uno reconocer su patria ilimitada. ¡Qué regalo para un joven animoso! si dios, pensaba, hubiese comenzado por crear a un poeta, o a un filósofo, a Platón por ejemplo, se hubiera ahorrado muchísimo trabajo."


Me parece admirable esta capacidad de explicación, de descripción y de reflexión, y el poder de reflexionar (y sobre todo el de hacerme reflexionar a mí) acerca de cosas grandes partiendo de otras aparentemente insignificantes.


¿Cómo se puede describir tan bien el sonido de una palabra, ese encanto que la hace especial por lo que es, no por lo que representa? Pensando en esta cuestión, me he acordado de un cuento que me embelesaba cuando era pequeña; la historia no era gran cosa, un rey que se iba de viaje y preguntaba a sus hijas qué querían que les trajese de recuerdo, pero contenía una palabra que hasta entonces no había oído: "alondra". Alondra. Suena tan bien; es melodiosa, musical, hermosa; como la "calandria" del Romance del Prisionero, otro pájaro que no conozco, pero cuya pronunciación también me resulta deliciosa.

Y como estas otras palabras, que me resultan placenteras en la boca y en el oído. Mandarina, lirio, colirio, delirio, alfange, caracola, mirandola, escafandra, muñeca, rueca, jaqueca, calandria, alondra, zarcillo, brújula, esdrújula (mmmmm... las esdrújulas tienen un no sé qué), escrófula, caléndula, albañil, escabel, cascabel, Isabel, canela, candela, herejía, fetiche, restallar y restañar, seductor, retozar, armonía, cicatriz.

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